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sobre la inteligencia de esta cláusula. Y al cabo, se resolvió por ambas
partes, interviniendo el alcalde mayor que se debía pagar al indio
todo cuanto podía coger. Con esto decía el hermano cuando llegaba
el caso que quién debía pagar aquel daño era el vaquero
pues llevaba salario por guardar el ganado y por su descuido, sucedía
aquella avería. Este tal vaquero o no tenía de qué poder
pagar o no quería, que era lo más ordinario. Y en la ejecución o se huía,
o amenazaba al indio damnificado, o por evadirse de la
satisfacción y cargársela, le acusaba de que mató tal día ganado
de que tal y tal día vio rastro de sangre que venía de su sementera.
Y así que tal y tal res que murieron (que sería porque
las picó el banayao) que este las mató y con esto no solo no le
pagaban el daño, sino que le cobraban lo que no debía. Y de
aquí era la querella contra el pobre indio damnificado, y unas
veces pasaba al alcalde mayor a querellarse, otras al padre prior, otras
al gobernador, y siempre amenazándole de parte de la dicha estancia
de que le harían pagar el daño. Con esto se ausentaba de su sementera,
perdía su casa y sembrados. Y aunque se iban
este y otros tales a valer de su ministro, no siempre les
podía ayudar ni siempre se podía desocupar del ministerio
para ir a Iloilo tan repetidas veces como estos
accidentes se ofrecían. Ni tampoco querían los ministros
exponerse a que les viniesen reprensiones de Manila
como de ordinario sucedía. Y de esta suerte se iban ausentando
los indios de sus pueblos y sementeras, dejando baldías
las tierras donde luego al punto echaban el ganado sin consentir
que en aquel paraje se volviese a labrar sementera
en lo de adelante, alegando ser aquella tierra de las estancias.
Y de esta manera se ha ido ganando tierra cada día y si
el prior de Tigbauan o Guimbal tomaba tal vez la mano en
esto, [mal que degradó] importunado de los indios luego le daba