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árbol frutal sino sola hortaliza ordinaria; y que
todo esto había de costar por escritura auténtica. A nada de esto
asintió el padre rector de Iloilo. Antes dio sus quejas de la poca
confianza que el dicho padre prior hacía de los padres de la compañía, con que
la dicha huerta no se hizo.

Poco después de esto sucedió que dos sacristanes de Iloilo y un
cantor se fueron a labrar sus sementeras a Mandurriao sin
saberlo el padre prior de Jaro. Lo cual sabido trató dicho padre de que
o se fuesen de dicho paraje o se empadronasen en la encomienda de
Jaro. Sobre este negocio hubo tanto que hablar, como que dicho padre
prior embarazaba una cosa muy pía y tan justa y debida, como era
que la iglesia de Iloilo tuviese cantores y sacristanes. Y que
si aquello se llevase adelante, llegaría tiempo en que no se diría misa
en el puerto, con que se quedarían sin ella el alcalde mayor y la infantería.
A que respondía dicho padre prior que no embarazaba el que fuesen
a servir adonde les pagaban, como sucedía en Manila
a los cantores y sacristanes que servían en las iglesias y eran
administrados en sus propias parroquias sin que lo uno embarazase
a lo otro. Mas esta materia fue de calidad que hubo
de disimular el ministro de Jaro porque no lo pudo remediar.

Por este mismo tiempo y, habiendo hecho ausencia dicho prior de Jaro, que
era el padre Fray Pedro del Castillo, y a vueltas de que sembraban ya
en Mandurriao aquellos sacristanes y cantores, se fueron
también a sembrar a dicho paraje unos boholanos, jaboneros,
y unos cordoneros del puerto de Iloilo, que unos y otros
llegarían a número de doce o trece leguas personas. Y era
de modo que tenían sus sementeras y habitaciones en Mandurriao
y se administraban en Iloilo. Sobre esto anduvo
un pleito muy reñido y el alcalde mayor —a instancias de terceras
personas— tomó la mano, diciendo que aquellos indios servían
al puerto y estaba en plaza y que llevaban socorro. A esto