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Esta prevención del prior de Jaro no le pareció nada bien al dicho
cura de la villa. Pero sin embargo, presentó el mandamiento del señor
Don Sabiniano para que todos los sangleyes y mestizos fuesen a empadronarse
a la villa y oyesen misa en la iglesia del Parián.
Con esto el dicho cura fue empadronando los sangleyes y mestizos
de los territorios de Oton y Jaro.
Ya había subido y subía cada día el número de los sácopes de
españoles que viviendo y sembrando en Jaro como feligreses
que eran de dicho partido y tributantes de dicha encomienda. Y siendo
antes solos once o doce jaboneros y cordoneros, llegaban a
ochocientos tributos sacados del padrón de la encomienda de Jaro, perteneciente
a su majestad, a los cuales cobraban el tributo como a vagamundos
en reales para que no constase por certificación el grande robo que
se hacía a su majestad. Pues probando el procurador general de nuestra religión
que se cobraban más de [1500] tributos con título de vagamundos,
daba certificación el cura de la villa de solos doscientos y
ochenta poco más o menos. Y aunque por parte de la religión se hizo
esta manifestación, no se daba en Manila entero crédito por decir
era parte malo contrario que se alegaba por parte de la compañía de Jesús.
Tampoco se daba crédito por decir que también era parte con que
solo quedaba el alcalde mayor independiente. Y este era más [parte] que todos
porque se quedaba con todos los tributos y tan a cara descubierta que
decía el Sargento Mayor Francisco Prado de Quirós que aquella era la encomienda
de los proveedores, con que uno se llevaba los feligreses y otro
los tributos con que el convento de Jaro se queda sin feligreses ni estipendio.
Más andando tiempo [se embarañó] de tal calidad este negocio
que siguieron pleito el cura de la villa y el rector de Iloilo. Y a
vueltas de esto, dio sobre ambos el prior de Jaro, con que de necesidad
pidió el procurador de la compañía al señor Don Sabiniano que
anulase aquel auto dado a pedimento de Don Gregorio Bruno como
[subrepticio] y engañoso, pues una cosa era la que pedía y otra
la que ejecutaba. Y así lo declaró dicho señor Don Sabiniano como constaba
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