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hacienda, y a los habitantes de dichas islas
se recrecen con el extravío de la navegación por salir
como salen de Acapulco con los tiempos escasos,
y que si alentara la gente a continuar los
viajes con la utilidad que se le sigue sin el riesgo
de sus vidas, como lo experimentan en casi las
más de las ocasiones por salir las naos de Filipinas
por junio, y a fin de julio desembocan llegando
a la altura de cuarenta y cuarenta y cinco grados,
y a los cuatro o cinco meses descubren las señas
de la costa de esa Nueva España en treinta y cuatro
grados. Como pasan a región muy cálida, va faltando
a la gente el vigor, y se les corrompen los bastimentos
de que se les engendra un humor que llaman
[belber], de que le sobreviene así en mortales
y rinden la vida de suerte que en los cuarenta o cincuenta
días que tardan desde las señas que reconocen
de esa Nueva España al puerto de Acapulco
enfermo casi todos los que vienen navegando. Y llegan
tarde las naos por ocasión de algunas calmas
que padecen, obligándoles esto a invernar en Acapulco,
ochenta leguas de esa ciudad de México,
de asperísimos caminos en que se detiene la gente
que conduce las mercaderías muchos días con gravísimos
gastos, costándoles a peso por arrobas sin
el riesgo de perderlo todo porque en el trajino suelen
parecer mucha gente, y tres o cuatro mil mulas,
y que surgiendo en Val de Valderas treinta leguas
de Guadalajara se pueden proveer de bizcocho,
carne y bastimentos a muy poca costa por
ser aquella tierra muy abundante y barata
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