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EL ATALAYA
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Al que sea virtuoso (El simbolo) Al que mal obrare y abuse
mi dedo señalará del sol por siempre lo apuntará
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Este periódico se publicára una vez á la semana. Se venderá en la tienda de don Pedro Vargas, calle de la espaderia. Se insertarán en él remitidos,
proyectos, avisos &c. Todo papel se entregará al administrador de la imprenta
con el garantido correspondiente, pagando su justo valor al mismo.
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Numero 4.) CUZCO OCTUBRE 19 DE 1833. (Un real)
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SUEÑO DE UN PERUANO.
Aquella esposa de Aqucrón, aquella hija del
Caos, aquella Diosa de las Tinieblas, y por de-
cirlo ya; la Noche cubría 'con su negro manto
la tierra que habitamos. Recorria sobre su car-
ro de ébano los Cielos, donde Apolo llega en
su radiante carro à descansar en los dulces bra-
zos de Tetis. Su hijo el Sueño habia salido de
su morada, esparciendo adormideras regadas con
el agua del rio del Olvido, cuando yo descan-
saba de mis fatigas en el lecho que hace olvi-
dar los trabajos de esta vida. Dormia tranqui-
lo en los brazos de Merfeo, y su Padre el Sue-
ño cubría mis ojos con una densa venda. Pe-
ro mi alma no cesó de ejercer sus facultades.
Discurría sobre aquellos sagrados deberes que li-
gan à los hombres én la sociedad. La ilusión
ocupó mi fantasia. Ya hablaba con los Jenios:
ya corria de un punto à otro: ora volaba pau-
sadamente por distintas direcciones, ora paseaba
por grandes palacios: aqui vela grupos de gente
unida que hacían bando contra otros; alli repe-
lerse con tedio unos con otros.
En un momento mi fantasia se halló ocu-
pada de diferentes ideas complicadas. ¡Que ob-
jetos tan confusos! ¡gue hilacionea tan desordena-
das! Unas con otras se entretejían. Me en-
tregué un instante à la calma; más, luego fui
sorprendido por un objeto nuevo. Un esplendor
sobrenatural iluminaba mi lecho: parecia la luz
del astro del dia. Vi dos hombros muy hermo-
sos y de una presencia encantadora. Creí ver
á Júpiter, a Adonis, á Apolo, al Jenio, ò mejor
diré á Marte en cada uno de ellos. Tenían en
la mano derecha un telescopio y en la izquier-
da una espada, en cuya guarnieion se leían estas
palabras: Sostengo la justicia: castigo la maldad,
la ingratitud.
Me pareció que dos angeles habían bajado
de la morada de los justos. Abatime à su pre-
sencia y esclame, ¡oh Dios eterno! ningún mere-
cimiento tengo para tu bondad! ¿Quereís llevar-
me à la mansion de los virtuosos? Nada he he-
cho todavia en bien de mis semejantes y de la
Patria: mis deseos solos no son obrás: he vi-
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vido para mi; pero todavia no hé vivido para
otros. ¿Queréis castigarme por esto? Teneis jus-
ticia, puesto que no lie obrado según esas leyes
sagradas è indelebles que habéis sellado en los
corazones humanos y se leen en el libro de la
naturaleza- Castigad anjeles mios, cumplid con
vuestra misión... "No es tiempo aun respondió
"uno de ellos. Fuera preciso castigar à todos y
"que no quedase viviente. Vosotros mismos os
"castigais con vuestros remordimientos: vuestra
"conciencia es la mas terrible espada; y cuando
"ella esté muy corrompida, hará la justicia uso
"de esta inexorable que tenemos en la mano."
Acércate à nosotros, me dijo el otro: yo lo hice
aunque temblando. Me uncieron los ojos, el
costado del corazón y las sienes. Quedé ale-
targado, y no supe que fué de mí hasta que re-
maneci en otro sitio distinto pero iluminado tam-
bien. Mis mensageros habían desaparecido, y yo
no sabia à que atribuir mi transmigración. Mas,
en mi corazón se dilataban tiernas afecciones.
Una puerta hermosa se hallaba abierta à mi
frente, que parecia convidarme à que entrase en
aquel Palacio á que pertenecía. Resuélvome,
me interno y encuentro dormidos algunos habi-
tantes dispersos por todas direcciones. En el
centro distinguí luego un magnífico teatro, cu-
yas decoraciones parecían à la vez representar
que fueron muy ricas, y que manos codiciosas
lás hablan destrozado. Existían velos rasgados:
un libro sobre un altar cuya inscripción exterior
era SAGRADAS: otra, palabra le precedia que
no pude distinguir porque estaba algo borrada:
se hallaba manchado por partes, y por otras ro-
to. En todas direcciones habia centinelas que
vigilaban con empeño y à todos instantes gri-
taban alerta, alerta, teniendo sus armas en guar-
dia. En seguida divisé una muger, y juzgué fue-
se el objeto del cuidado de aquellos centinelas
que sin duda defendían à ella de sus verdugos,
à sus riquezas de sus estafadores, y à aquellos
escritos; rasgados de sus holladores. Un cuadro
bordado y ornado con oro y piedras preciosas,
estaba colgado y cubierto por un docel hermo-
samente alhajado: llevaba un geroglífico que
coñtenia Diosa, armas, y animales. A los costa-
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