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Asi el Perú ha llegado à ésta época; ha vivido
biajo de un horizonte sereno, pero ya cubierto
ahora de algunas nubes opacas, que anuncian la
tempestad. No desesperemos ¡compatriotas! por-
que aun en medio de un mar tempestuoso y cu-
bierto de escollos, debemos tener esperanza; y
no abandonar flojamente la maniobra de la nave.
Al contrario cuando un favorable viento ajita
blandamente las olas y el piloto se dirije con
la serenidad de los cielos, es muy dulce bogar
el mar. Para evitar lo primero, y para conse-
guir lo segundo, hemos propuesto por remedio
la politica. Esta es la medicina de los estados.
Preguntamos ahora con un político sabio:
¿antes de considerar las cosas para hacer que
florezca nuestra Pátria, se há comenzado à in-
quirir la razón, por la cual han renunciado los
hombres la independencia con que han nacido, y
se han establecido entre sí mismos gobiernos,
leyes y magistrados? Sí. ¿se ha reflececionado
bien sobre la naturaleza del espíritu y corazón
humano, y sobre la felicidad de que somos ca-
paces? De esto se trata, ahora. ¿Se conoce bien
su fuerza, actividad y caprichos? Necesitamos
estudio. ¿Nos hemos desprendido de las preo-
cupaciones que nos animan contra la esencia de
las cosas? Nos falta el ejercicio y el progreso
de las virtudes que naturaleza inspira à los hom-
bres. ¿Y sin estos conocimientos como sabremos
si el remedio que aplicamos à nuestra citación
política, producirá buenos efectos?
La política verdadera, no es un arte de char-
latanes; no es el arte de engañar à los hombres:
es el de dirigir con buena fé el Gobierno, pro-
curar y conservar la felicidad de los ciudadamos.
Solo asi podrá establecerse un Gobierno. Em-
pero por desgracia existe entre nosotros esa fal-
sa política, causa por la que hemos tenido al-
gunos dias aciagos. ¿Como pues ha de tener el
el Gobierno principios fijos, determinados è in-
mutables, en medio de las revoluciones que ca-
da dia varian la naturaleza de los asuntos y el
aspecto de las sociedades? Continuará.
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REMITIDOS.
CARTA CUARTA—CONVENCION.
Señores Editores—Es llegado el caso de
cumplir con lo que ofrecí à ÜU. en mi prime-
ra carta acerca de la necesidad de deberse pu-
blicar y circular el proyecto de reforma de la
Constitución. El asunto es importante, y lleva
la marca de la buena fé: el suceso debe depender
de él. Confieso que en el seno de la Conven-
cion hay luces eminentes, hay providad, y que
felizmente reposa en la serenidad de los tiem-
pos, circunstancias que hacen esperar el acierto,
pero no bastan; los pueblos tienen un ínteres
particular, y un derecho à instruirse en el des-
tino que se les prepara: destino que debe ser
conforme con sus afecciones, y guardar conso-
nancia con sus costumbres. La Constitución ha
dado un paso muy abansado sobre éstas: su re-
forma es una obra delicada que exije el mayor
examen y circunspección.
Es verdad que adolece de defectos; y la
práctica los ha demostrado; pero ni todos tal vez
han deribado de ella, ni tocar en el fondo del
sistema. La idea que presenta al primer golpe
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de vista, parece ser la de haber sido hecha pa-
ra una República de ciudadanos todos virtuosos:
no previene el antídoto necesario para calmar
las pasiones, ni precaver la corropcion humana.
Las garantias elevadas à un rango eminente y
una libertad teórica en su mayor expancion se
hallan al lado del olvido y de la impunidad del
crimen. Una reducida porción de hombres in-
distintamente tomada es árbitra de la suerte y
marcha de la República, y ésta misma porción
ejerce su gigantezco poder sin límites, ni res-
ponsabilidad. Cuerpo omnipotente que sin fuer-
za real, ni mas apoyo que el que parte vaga-
mente de la opinion, combate por su misma na-
turaleza con el que solo puede prestar, con la
misma fuerza, con los pueblos que le dan exis-
tencia y consigo mismo. Supremo legislador
que ambiciona pobrezas, manda y obedece, dicta
leyes, y se ingiere en todo y lo mas pequeño;
combinación complicada y estraña à los progre-
sos de la sociedad. La índole de los pueblos
evitando su transcendencia dá la prueba menos
equívoca de su amor al orden, y de sús disposiciones.
Si se pone la atención en el origen de es-
tos productos antisociales, se verá que los mas
de ellos no nacen de la Constitución, sino se
la quiere hacer culpable de no haber prevenide
el error y los peligros, el crimen y su castigo.
Por otra parte, un hombre revestido de to-
da la magestad de la República, y cargado de
toda su fuerza sin poder premiar el mérito, ni
castigar el delito, no hará otra cosa que recon-
centrar esa magestad y esa fuerza, en conservar
su precaria posición: se buscará un apoyo ex-
trínseco que se lo podían dar sus relaciones; si
fuése mas liberal su administración: entonces se
miraric como su sosten la acceptacion de sus
conciudadanos, ò si, [...] se quiere la pública grati-
tud. Por mas providad que se lo suponga, aho-
ra no será sino el objeto de las asechanzas y
de la embidia, sin poder hacer la felicidad de su
Patria, y si es malo hará su desgracia entera,
sin dejar de ser por eso el objeto de la adula-
cion, y el creador de la servilidád.
Un pueblo por último en estado de abyec-
cion y dependencia, ejerciendo sin restricción,
sin precauciones y de un solo golpe el mayor
de los atributos de la soberania, ò por mejor
decir el todo de su potencia sin órbita que lo
circunscriba al deber, ni regla que dirija sus ac-
ciones, jamas adelantará un paso à su bien-estar,
y será siempre el juguete de la ambición y de
las aspiraciones. És muy notable el contraste
que ofrecemos à las demás naciones: libres en
nuestra mayor dependencia: soberanos sin premio
que nos aliente à las labores: colonos del es-
trarijero, y nosotros mismos estranjeros en nues-
tro pais: sujetos à los caprichos de aquellos mis-
mos que hacen de nosotros su ídolo y su mé-
rito: compadecidos de un poder, respetados de
otro, y abrumados por todos; no presentámos el
caracter de un sistema republicano, ni tenèmos
la divisa de un pueblo que se quiere encrminar
a la prosperidad.
Puede ser que estos malos dependan de
nuestras defectuosas instituciones, puede ser tam-
bien que dependan de no estar éstas aun ente-
ramente plantificadas ni ratificadas por el hábito.
Los pasos que dá un cámpécin'o en un palacio
obscuro y desconocido, son en un principio tí-
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