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DIA 9 DECIEMBRE.
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¡Dia de trjunfo gloria para Ia causa ame-
ícana! Alumbró el Sol los campos de Ayacu-
cho, y su resplandeciente carro venia guiado, sin
duda, por la libertad. Un poderoso ejército se
descubre al frente de los pocos, pero enarde-
cidos defensores de la pátria: suena la señal del
combate, trabase la lid, y sucumben las armas
de Fernando. No se oye mas el cañon, y vo-
ces de libertad pueblan el viento. ¡Dios Santo!
ya se quebrantaron las ominosas cadenas de tres
siglos; los peruanos levantan la cerviz, van à
pertenecer asi mismos lejos de la opresión for-
marán un gran pueblo: tocó el Perú el día de
su rejeneracion política. Nuestro Dios, el Dios
de nuestros padres, el Omnipotente se dignó se-
ñalar con dedo poderoso el dia, la hora, el si-
tio, él triunfo. El heróico vencimiento fué su
obra: su instrumento el valor de nuestros guer-
reros. ¡Suelo feliz, predilecto asilo de la liber-
tad! Quien osaría decirte que los esfuerzos
de tus dignos hijos, tu gloria adquirida por ellos
en los sangrientos campos del laurel y de la
muerte no bastarían à decidir de tu suerte à fi-
jar tu prosperidad ? Tanto horror, tanta sangre
solo te ban dado independencia. Tu eres inde-
pendiente de la España, si; pero eres, feliz?—
No. Ah! campos gloriosos de Ayacucho, en
vuestro suelo tinto con la sangre de hermanos
y de enemigos, se resolvia con el fusil y la lan-
za el grande, entonces, y dificultoso, problema de
la liberta peruana, cuando no habia peruano
que no se incluyese en una de dos contrarins ap-
titudcs. Los unos plegados al poder de la ti-
rania en las mas ardiente espectacion, ansiando
por momentos el triunfo de los realistas y aun
estudiando las arengas y aun las humillaciones
con que habian de felicitar al tirano vencedor;
y los otros elevando sus fervientes votos al cielo
por los defensores de la causa americana. Efec-
tivamente; no habia peruano que figurase en nin-
gun sentido excepto los soldados de la Pátria,
cuando disputada con un entusiasmo sagrado la
libertad y la muerte. ¿Se duda ésta verdad?-—
Respondan todos. Es cierto que la capital de
la República y otros pueblos eran libres; pero
si el jenio de la fatalidad pone el laurel perua-
no en las sienes españolas, duraria mucho la
libertad de Lima y del territorio republicano?
No hay que dudarlo, la emancipación peruana
se fijó en Ayacucho, y en el fué donde sus bra-
vos guerreros señalaron con sangrientas espadas,
á sus pacíficos compatriotas, una senda que ja-
mas ellos encontrarán para subir à los destinos.
Hay congresos, convenciones y leyes, porque hu-
bo Ayacucho; pero no hubo Ayacucho à mer-
ced de leyes, convenciones y congresos. Aho-
ra se oyen hablar en las tribunas y en los cor-
rillos à una muchedumbre de personas que en
sus discursos ponen y quitan gobiernos y gober-
nantes à su antojo, trastornan el sistema político
forman partidos y se proponen destruir una obra
en la que no tuvieron sino una prevención hos-
til contra ella. Cuando los pueblos se vieron
libres, el cuadro era muy diferente. Solo se
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ojan aclamaciones é himnos de gratitud á los li-
bertadores. Apenas habia un malvado que osa-
se turbar el dulce enajenamiento de los libres.
Empero hoy es el contrario, una multitud de mi-
serables, so color del amor à la pátria, que nun-
ca conocieron se esfuerzan en obscurecer la me-
moria del gran dia nueve de diciembre. ¿Don-
de estaban ese dia esos molestos oradores ene-
migos de todo gobierno y acérrimos contrarios
del orden?—Muy fácil es hacer un pomposo dis-
curso en un congreso, contra el gobierno, supo-
ner aspiraciones en la autoridad inventar críme-
nes y descargar en un torrente de acusaciones; pe-
ro muy difícil hacer una nacion de una porción
de esclavos. Lo primero lo vemos hoy; lo se-
gundo se vió en Ayacucho. Alli se dió la li-
bertad al suelo peruano, y á su grito se levan-
taron algunas inmundas cabezas, indignas de go-
zarla, para formar en las asambleas el teatro
de sus abominaciones, para hacer insuficientes los
terribles sacrificios que cuesta ésta combatida
patria, para manchar la gloria del heróico ter-
mino de una sangrienta lucha, y finalmente; pa-
ra desmoronar el augusto edificio en que no pu-
sieron ni una sola piedra. Si por desgracia su-
friese la República un ataque esterior que pron-
to desaparecerían estos Catilinas, mal disfrazados
en Cicerones, abandonando el campo de sus tor-
pes intrigas y librando su defensa à esos mismos
que apellidan hoy déspotas y tíranos, olvidando
que por ellos son libres! ¡Que desgracia! Un
corto número de bravos ha fundado la libertad
contra el poder colosal del gobierno español,
y un puñado de malvados pretenden oponerse
á su grandiosa marcha, y constituirse los árbi-
tros de la suerte de la Pátria. Pueblos: cual-
quier soldado con su bayoneta en el campo de
batalla hizo en vuestro obsequio un sacrificio;
del enjambre de políticos á la moda, que hoy
ocupan un lugar distinguido à merced de aquel
soldado, no espereis nada próspero, nada feliz.
Si queremos conservar la gloria adquirida en
Ayacucho, y que el fin de la obra correspon-
da à tan ilustre principio, guerra à los faccio-
sos, y sepamos que los que nos atacan sin pro-
vocarnos al combate son los mas malvados. Ele-
vemos nuestros votos al Eterno por la prosperi-
dad de la República y por el digno Jefe que la
preside, si. Si él hubiese desoído los intere-
santos gritos de la aflijida patria, abrasada con
tantas y tantas rebeliones, mil patíbulos se ha-
brian levantado para los buenos, las fortunas de
los hombres industriosos habrían sido las presas
de la codicia de los rebeldes, el llanto y la de-
solación el patrimonio de los pacíficos, y en
una palabra: no existeria la Pátria. El Jene-
ral Gamarra cooperó eficazmente à fundarla en
Ayacucho, y el Jeneral Gamarra la ha salvado
de las erupciones, volcánicas de la demagojia.
Contradíganlo sus gratuitos enemigos, y añadi-
rán à su ridicula osadía la miserable temeridad
de querer borrar los hechos del tiempo.
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AVISO—¡Se venden almanaques del entrante
año de 1831 à dós reales, en las tiendas de los
señores doctor don Antoniq Otazu, don Pedro
Vargas, don Vicente Becerra y don Mariano
Campos.
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IMPRENTA PUBLICA POR P. EVARISTO GONZALEZ.
INSTITUTO NACIONAL DE CULTURA

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