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ros apacionados ó despechados. Los directores
de las naciones no consultan sino los verda-
deros intereses de los pueblos que gobiernan.
Estaba reservado á la administración de Por-
tales tomar a su cargo la tutela de unos po-
cos abentureros y comprometer por ella, el re-
poso y fortuna de su nación.
Se ha realizado el empuje que los edi-
tores del mercurio esperaban por parte del
Norte. Establecida la paz entre el Ecuador y
la Gran Confederación Perú Boliviana, ha pro-
beido el Gobierno Ecuatoriano á su seguridad
futura, guarneciéndola con una barrera insupe-
rable cual es un tratado público, cuyo garante
es la nobleza, la buena fe, y la política jus-
ta y americana del Protector. ¿Podia este Es-
tado mirar con ojos rezelosos el establecimien-
to de la Gran Confederación: podria temer
algo contra su comercio, contra su indepen-
dencia ó contra su integridad? Pues bien. To-
dos sus temores han desaparecido y quedan á
cubierto para siempre esos derechos sagrados
que toda nación está obligada á precaber, de
cualquiera tentativa que los pueda menosca-
bar. Ha bastado para lograr ese fín tan noble,
un empuje de la razón. Empuje digno de la
civilización del siglo en que vivimos. En vez
de acudir al remedio incierto y problemático
de; a guerra: en vez de provocar una agre-
ción que fue el primer eslabón de una lar-
ga cadena de guerras; ha apelado al tribunal
de la razón en el que ha asegurado los inte-
reses que debían ser el objeto de la contien-
da. ¡Útil lección para los Gobiernos que quie-
ran aprovecharla! ¿Qué fuera del jenero huma-
no si unas naciones se armaran contra otras
sin alegar otro derecho que temores y rece-
los vanos é infundados? ¿De qué utilidad se-
ría entonces el uso de los tratados públicos que
lo han mejorado las luces de la filosofía? Se-
ñores editores del mercurio ¿qué dicen UU. del
empuje del Norte? Bamos á ver que el que nos
anuncian de la parte del sud.
La Republica Arjentina lejos de produ-
cir queja alguna contra Bolivia, no puede me-
nos que tributarle su agradecimiento por las
consideraciones que nuestro Gobierno ha dis-
pensado alternativamente á los Argentinos, sean
federales, unitarios ó neutros. Una muchedum-
bre de ellos ha venido a vivir entre nosotros,
huyendo del incendio que ha abrazado en ter-
ritorio Arjentino, y ha merecido la mas benigna
acojida. El comercio de Bolivia, les ha brin-
dado una decentes pasadio. Potosí, Chusiquisaea,
Cochabamba, la Paz, Orturo y Santa Cruz, tie-
nen actualmente en su seno muchos ciudada-
nos Arjentinos quieran retribuir con una
agreción injusta, la jenerosa hospitalidad que
Bolivia ha dispensado á sus súbditos? Los uni-
tarios tienen que reconocer esta hospitalidad
magnánima en los que pertenecen á su causa,
y los federales respecto a los que han venido
á Bolivia á tomar asilo contra aquellos. ¿Co-
mo pues hablamos de creer que la recompen-
sa de estos beneficios, sea un insulto al deco-
ro nacional de Bolivia y á sus derechos sobe-
ranos? Así como somos amigos de los Arjen-
tinos: así como lamentando sus infortunios, los
hemos albergado jenerosamente, y hemosder-
ramado en su socorro nuestros caudales; nos
levantaremos en masa á vengar la negra in-
gratitud que nos predicen los editores de Mer-
curio, ofendiendo sin embargo ellos mismos el
pundonor arjentino incapaz de mancillarse, en
nuestro concepto, con tamaña afrenta.
¿Y pudiera realizarse esa agreción? ¿Nos
fuera temible? Todos sabemos que las provin-
cias de la unión, aunque precariamente disfru-
tan de paz, no han podido aún erijir un cen-
tro de apoyo, que las haga marchar bajo un
cuerpo de nación. Los mismos arjentinos nos
repiten en nuestras sociedades particulares, que
hallan muy dificil la organización de su pa-
tria. ¿Pensarán las provincias en una guerra
exterior cuando todo su afán y su empeño se
contrae ahora á reunirse y crear un Gobierno
jeneral? ¿Estarían seguras de que el jefe á
quien se entregue el mando de las tropas ex-
pedicionarias, en lugar de venir à Bolivia, no
se revele contra ellas alzando la bandera uni-
taria que ha inundado en sangre los campo»
arjentinos? ¿Donde están finalmente, los ele-
mentos de guerra necesarios para la a-
nunciada agresión en un país á quien la guer-
ra civil ha sumido en la miseria y en la de-
solación? Nosotros en lugar de creer en el re-
to de los editores del Mercurio, hacemos vo-
tos por la rejeneracion de la República Arjentina.
Mas no concluyan de nuestra increduli-
dad los editores del Mercurio, que tememos la
agresión que gratuitamente suponen. Posee-
mos un aparato bélico con que hacer frente a un
enemigo mucho mas poderoso, que fuera en ese
caso un ejército Arjentino. Hombres, armar
caudales todos nos sobra para no dejar que in-
punemente se viole el territorio sagrado de la
Patria. La bandera tricolor no sabe humillar-
se delante de sus enemigos. En nuestras ciu-
dades se respira patriotismo y honor. Nuestra segu-
ridodad no conciste en cinco caserones viejos y
pesados. Un millón y terscientas mil almas
forman el valladar inexpugnable del decoro, y
de la integridad de Bolivia. S.S. editores del
Mercurio no tenemos el empuje del Sud con
que nos amenazais. El edificio levantado por
el Protector es la gran montaña del Illimani
inaccesible á los empujes del Norte y del Sud
y á las ráfajas del mar.

De las guerras justas é injustas, re-
flexiones acerca de la que nos ha sus-
citado D. Diego Portales sin pre-
via declaración.

Tam verum est justitiam in bellis suscipiendis rez (?)

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