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EL OBSERVADOR.

Este periódico saldrá à luz todos los
miércoles.

Los avisos que no pasen de diez renglo¬
nes, se insertarán, abonandose cuatro reales
por la primera inserción, y dos por las sub¬
secuentes. Los que ecsedan de dicho nume¬
ro de convenio con el impresor GONZALEZ.

Dichos avisos deberán estar en la im¬
prenta cuando más tarde el martes al medio
día; de lo contrario quedarán para el núme¬
ro siguiente.

Se admiten los remitidos que firmados
por personas conocidas sean dirijidos à los Edi¬
tores de este periódico, ò al Director de la
Imprenta.

N. 10.) Cuzco, miércoles 20 de febrero de 1833. (MEDIO REAL.

ELECCIONES.

Si todos los individuos de la sociedad de¬
ben empeñarse en dar sus votos, y en que nin¬
guno deje de hacerlo, no deben empeñarse me¬
nos que su elección sea acertada. Cuando
se habla de las calidades, que deben adornar à
los condidatos, se recomiendan altamente las je¬
nerales de patriotismo, saber, &c., y sin ambar¬
go parece que muchas veces no son solo estas
las que se buscan. En efecto; hay listas com¬
puestas de individuos, que si bien recomenda¬
bles, son conocidos por pertenecientes à la opo¬
sición. A esto tienden los esfuerzos de cierta
clase de hombres. Es verdad que no hay ley
en contra; pero, ¿se ha reflexionado acaso so¬
bre si conviene fomentar estas ideas? Este pun¬
to tan interesante no ha sufrido discusión. No¬
sotros, sin embargo, hemos indicado ya que una
oposición sistemada y tenaz, cual hasta ahora se
ha desplegado, y cual se aspira à cimentar, la
consideramos un veneno para el cuerpo social.
Examinemos su caracter y efectos, y entonces se
conocerá si nuestro juicio es errado, ò no.

Más de doce años cuenta la independencia
y más de dece años hace que hay oposición.
Ella ha mudado diferentes veces de personas;
las que hoy tenían este caracter, mañana deja¬
ban de tenerlo. Ella ha existido con más ò me¬
nos vigor: ha obrado ya legal, ya ilegalmente;
ya de este, ya del otro modo; y se ha dirigi¬
do ya contra un objeto, ya contra otro. No
obstante; concisando estas ideas, ellas puede re¬
ducirse à tres clases: 1. oposición à las perso¬
nas: 2. oposición à los principios: 3. oposición
à las personas y à los principios.

La primera nació con la rrevolución. Esta,
vinculando à su existencia los intereses de mu¬
chos, y oponiendose à los de otros, complicó
todos, movió el zelo del apático, è inflamò más
el ardor del entusiasta. La revolución, mirada
por este aspecto, aparecia con algo de perso¬
nal: por consiguiente los esfuerzos de sus de¬
fensores, y la oposición de sus contrarios, de¬
bía investir muchas veces el mismo caracter. Aun
hay más: la gloria, que reportaba à los gobernan¬
tes el éxito feliz, aunque fuese casual, de sus me¬
didas, escitaba los zelos y la envidia; y los ma¬
les, que trahía el éxito desgraciado de sus em¬
presas, aunque fuesen bien combinadas, escita¬
ban el disgusto y los rencores. En el primer

caso, los ataques solo podían ser, y eran per¬
sonales: en el segundo, sucedía lo mismo; por
que creyérondose que los males públicos solo
eran debidos à personas, se creía también que
el único medio de curarlos, era atacar aquellas.
Los que así calculaban, prescindían de las cir¬
cunstancias; y sin contraerse jamás à combatir,
modificar, ó formir un sistema de principios, di¬
rijían sus ataques à solo los individuos. Los as¬
pirantes se aprovechaban entonces de la exalta¬
ción de los verdaderos patriotas: llevaban el alar¬
ma y el disgusto el seno de las corporaciones,
de las ciudades, y de los ejércitos: obraran
pues la ambición, la ignorancia, y el patriotis¬
mo; y del fermento de esta mezcla de princi¬
pios opuestos, partía al fin el rayo de revolución
y de sangre, que por tantas veces conmovió o
derrocó las sillas vacilantes de los depositarios
del poder. No obstante; la historia, al recor¬
rer estas tristes escenas, las recorrerá discul¬
pando los errores consiguientes à todo revolución,
y al estado lamentable à que nos había reduci¬
do nuestra educación y circunstancias: su ojo im¬
parcial y perspicaz discernirá en ellas el espiri¬
tu honroso, que en lo general las producía: en¬
contrará mil actos de patriotismo y de virtud, y
no encontrará uno solo de esos rasgos de estu¬
pidez ò ferocidad que han acompañado siempre
á los desvarios sangrientos de los pueblos. En¬
tre tanto, conviene à nuestro intento el notar,
que, entre los efectos de este órden de cosas,
dos son los principales, los más funestos, y los
que aun duran. El primero es, que siendo las
mudanzas, no de gobiernos sino de goberantes,
estos seguían las mismas ideas que sus predece¬
sores; y naturalmente las cuasas mismas de la
caida de aquellos trahían la de estos: se suce¬
dían las revoluciones, y la causa del país retro¬
gradaba. El segundo es, que precisados los go¬
biernos à sostenerse, se sostenían descansando
en el único apoyo, que entonces conocían—la
fuerza; y que precisados también los goberna¬
dos à defenderse, y no contando con las garan¬
tías que hoy, acudían al mismo recurso. De es¬
te modo, las revoluciones vinieron à ser casi un
medio legal de influir en las mudanzas políticas
ò en su defecto, las maniobras obscuras: los
odios personales se aumentaron; se contrajo el
hábito destructor de atacar à los gobiernos, ata¬
cando à las personas; y se formó y cimentó al
fin, la oposición personal.—Copiado—Continuará.

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