El Observador

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que me ocupa ahora, es este flujo de papeles que le ha entrado à nuestro país. Vea U. Mi¬ nerva de dos pliegos, Observador, Cocacho, Viva el Perú, Monumentos literarios, Examen pacifico del Evangelio prosbolico. D. R. ¿Qué? D. B. Examen pacifico del Evangelio prosboli¬ co por D. Jonás Evangelista Profeta de Mongi¬ belo, y que se yo que más impresos, casi en una sola semana. D. R. ¡Oh amigo! Eso quiere decir que el pueblo se vá ilustrando. D. B. ¡Bonita ilustración! Si dijera U. que se va desmoralizando más, tal cual. D. R. No le en¬ tiendo. D. B. Pues amigo, yo si: los de esos papeles no tienen otro objeto que sanerir las personas y llenarlas de apodos, sin que es¬ to venga al caso que se proponen. D. R. Muy bueno, así se correjiran los hombres. D. B. Así se harán peores, y el ejemplo es más da¬ ñoso que todo; ya no hay hombre de bien que pueda considerarse libre de esta arma, no hay virtud segura, ni autoridad respetada para ella: un papelucho destruye el honor de mu¬ chos años y hace decaer el vigor del verdade¬ ro Patriota. En toda sociedad se hallan malva¬ dos, hay odios y venganzas ¿y que mejor me¬ dio para satisfacerlas à tan poca costa y sin ser sentido? ¿que más quieren los demagogos pa¬ ra sembrar y atisar la discordia entre los ve¬ cinos? D. R. Pues en todas partes sucede lo mismo y no hay los temores que U. tiene. D. B. No amigo, no tan en todas partes y el Cuzco no es de los que deben sobresaltar en es¬ ta materia. Es verdad que no será tal vez el Cuzco; apostaría yo que no son Cuzqueños los autores de la mayor parte de esos papeles in¬ famantes. D. R. Pero para eso estan los Ju¬ ris. D. B. ¿Qué? D. R. Los Juris. D. B. Va¬ ya ¿se burla U? D. R. Digo que los Juris, y digo también que U. me huele à Godo. ¿Con que U. quiere que no se chiste ni se diga pa¬ labra por nada, que volvamos al tiempo de la inquisición y que se cometan los mayores ab¬ surdos, crueldades, picardias y arbitrariedades sin que nadie pueda resollar pena de la vida, ò cuando menos de doscientos azotes en la pla¬ za? Vaya, que merece U. ir à vivir en Ate¬ nas. D. B. No amigo, no quiero eso; agrade¬ ciendo à U. el Cocacho que acabo de darme de paso, sin que tenga la menor coerencia: de este tenor sono los Cocachos. Yo querría y de¬ sea que se notasen los defectos públicos y las faltas de la ley coon documentos y pruebas sin traer à colación si el que las ha cometido es tuerto ò cojo, jigante, ò pigmeo, ñato o na¬ rigudo: la prensa es libre y necesaria para cor¬ rejir los crímines públicos, y alla el confesona¬ rio esta destinado para los privados. ¿Que tiene que ver el agravio de un individuo con toda una corporación, con un ejército, ò con un sis¬ tema? ¿Qué tiene que ver una infracción de ley con una corcoba personal? D. R. Yo veo que esto es casi imprescindible teniendo tanta conección los actos con las personas. D. B. Se me acuerda amigoo el pasaje de la Limeña, que disputando con otra sobre el más ò menos de una compra llegó à enfurecerse la una tanto, que trató à la otra dee p:.... Lllevada la que¬ ja al alcalde y haciendola cargo este de tal exeso con un muger honrada y casada, le contestò la

injuriante, ¿que señor alcalde, estando de riña, quería U. que la dijera que era una Santa? D. R. Dejemonos de burlas. ¿y como quiere U. que se corrijan estos exesos? ¿como hacer compatible la libertad de la imprenta cono la moral pública? D. B. ¿Como? Mientras se dietan mejores le¬ yes sobre esta libertad, ecsitandose las autorida¬ des à poner coto à este desborde, con pruden¬ cia y moderación. D. R. Que medio tan debil è ineficaz por no decir opuesto al sistema! Yo hallo otro mejor; el que se usó con el editor del Telegrafo en Lima. D. B. En eso vendre¬ mos à parar jeneralmente. Bueno está el reme¬ dio. A Dios amigo.

Señores Editores del Observador;

Sirvanse UU. insertar en su periódico el si¬ guiente artículo, que por manifestar al público mis operaciones, lo hago.

Arreglado al artículo 7.o de la Ley regla¬ mentaria de elecciones procedí en compañia del honorable síndico à espedir los voletos de Ciu¬ dadania à todos los ciudadanos que ocurrieron y que no estában comprendidos en los artículos 5.o y 6.o de la Constitución, entre aquellos á los señores Oficiales del benemerito batallón Aya¬ cucho, con conocimiento cierto de que son tan Ciudadanos como la primera persona que presi¬ de la República, en conformidad de la rectric¬ ción primera del art. 4.o de la Constitución, y à ciencia cierta de no haber una Ley que de¬ clare que los Militares no sean Ciudadanos. Es¬ te procedimiento legal ha sido censurado de bár¬ baro por uno de los señores de la mesa elec¬ toral de la Matris, cuando aquella se negó à recibir los sufragios de los señores Oficiales que en fuerza del art. 8.o de la Ley reglamentaria concurrieron à sufragar. Yo como alcalde, en¬ cargado de la distribución de boletos con el H. síndico carecía de la facultad de privar de la Ciudadania, esto es de negarle el boleto à cual¬ quiera persona, à menos de que notoriamente estubiese comprendida en los artículos 5.o y 6.o citados—Mis atribuciones son limitadas, no las he prpsado: y siendo mi conducta legal, mi procedimiento nunca fue bárbaro. Bábaro sí, el que formó tal concepto, bárbaro el que cen¬ suró mi procedimiento y bárbaro el que se ne¬ gó à recibir los sufragios contra el terminante artículo 8 referido. Cuando cumpliendo con mi deber provei de boletos à los Ciudadanos Mi¬ litares, fue también por que estaba convencido que en los números 62 at 73 de la prensa pe¬ ruana están muchos militares anotados como in¬ diferentes en sus obligaciones sociales por no haber sufragado como Ciudadanos. En la Miscela¬ nea de Lima en el número último del mes que aca¬ bó, han venido listas de individuos que podían ser electores, entre ellos militares: en un Co¬ legio electoral de una de las parroquías de aque¬ lla capital ha hecho de presidente un Militar; deduciendose de esto, que los Militares no so¬ lo deben sufragar, sino que deben ser electo¬ res y por consiguiente son Ciudadanos. En vis¬ ta de todo esto, ¿por qué se ha graduado por bárbaro mi procedimiento y se ha censurado por tal? Al fin señores editores; de mis operacio¬ nes y de las de mi censurador este imparcial público dirá cuales son más bárbaras—El Alcalde.

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Este periódico saldrá à luz todos los miércoles.

Los avisos que no pasen de diez renglo¬ nes, se insertarán, abonandose cuatro reales por la primera inserción, y dos por las sub¬ secuentes. Los que ecsedan de dicho nume¬ ro de convenio con el impresor GONZALEZ.

Dichos avisos deberán estar en la im¬ prenta cuando más tarde el martes al medio día; de lo contrario quedarán para el núme¬ ro siguiente.

Se admiten los remitidos que firmados por personas conocidas sean dirijidos à los Edi¬ tores de este periódico, ò al Director de la Imprenta.

N. 9.o) Cuzco, miércoles 13 de febrero de 1833. (MEDIO REAL.

ELECCIONES.

Continua el artículo suspenso en el número 6.o

Si la conducta del cuerpo nacional debe ser escrupulosa à proporción de sus intereses, cual¬ quiera remición ò indiferencia en el importanti¬ simo negocio de poner las bases ò consolidar sus instituciones deben considerarse como criminales. Las sociedades no marchan sino por el sendero que les trasan sus leyes: en vano ose atribuyen los vicios de que adolecen ò la retardación de sus progresos al clima, à la opinion, ò à sus gobiernos ò tribunales la deficiencia de las garan¬ tías y los quebrantos de las reglas naturales; el clima, la opinión, las costumbres, los gobiernos, son modificables y llevan la marca de sus pri¬ mordiales instituciones.

Tanta lentitud, cuando todos conocen la ne¬ cesidad de ponerse en acción; esa falta de reso¬ lución sobre puntos que la reclaman con una ur¬ gencia que se palpa: esa indecisión para poner la primera piedra del edificio social, cuya ree¬ dificación le ha sido encargada, puede producir males de una transcendencia espantosa: la re¬ presentación nacional debe investirse de un ca¬ racter magestuoso, debe estar colmado de luces y probidad, y ganarse la confianza de los pue¬ blos: esto no podrá lograrlo, sin que se note actividad en su marcha, acierto en sus delibe¬ raciones, y más que todo firmeza y decisión para superar los obstáculos, con que es indispensable tropiece en los principios. Nosotros creemos es¬ tar al cabo del origen verdadero de esa lenti¬ tud tímida que notamos todos: este à nuestro juicio no es otro que la aprehension que se ha concebido à la vista de las dificultades de que está sembrada la nueva ruta que deben abrirse nuestros representantes. Aprehensión, si: por¬ que consideramos que no es más que aprehen¬ sión. La imaginación dá muchas veces à las cosas mayor bulto del que ellas realmente tienen: dá cuer¬ po à las sombras: y teme el acercarse à el¬ las, cuando el acercarse basta para que se di¬ sipe la ilusión. No queremos decir que no ha¬ ya obstáculos, y dificultades que vencer; pero la inercia no es el agente más à propósito pa¬ ra conseguirlo: empiecese à obrar, y se verá que

esas dificultades no son tantas, y sobre todo que no son invencibles: acaso al primer golpe de fir¬ meza, y decisión desaparecerán para siempre.

[Continuará.]

Carta à los Electores.

Muy señores nuestros—Suponemos à ustedes con las cabezas algo calientes después de haber leído, como es regular que lo hayan hecho, las bellas y elocuentes frases que se han escrito en esta capital sobre las funciones que van ustedes à ejercer. La Verdad y el Mercurio han esta¬ do sublimes—aguarden ustedes lo que van à decir el Penitente y el Telégrafo, y quedarán atónitos al ver tanta crudición y tan delicado gusto. Los que suscriben no tienen la honra de picar tan alto— ni tampoco gustan de disertaciones ni de con¬ ceptos retumbantes. Más no por eso quieren quedarse atrás en una carrera que sus amados compañeros han recorrido de un modo tan bril¬ lante. Pero van à seguir diverso rumbo—En lugar de un sermón campanudo van à escribir una carta familiar. Así se habla con los ami¬ gos, y nosotros queremos serlo de todos uste¬ des, ya que tienen en su mano nuestra ven¬ tura. Tal día como hoy el año que viene ya estaremos convertidos en lo que ustedes quie¬ ran—águilas, ò tortugas, linces, ò topos, leones ò carneros—Todo depende del movimiento mus¬ cular de los hombres à quienes ustedes hayan dado su confianza; y cuando decimos movimien¬ to muscular, no queremos hablar de los múscu¬ los de la lengua, sino de los que hacen subir y bajar los muslos, ya que todo el sistema re¬ presentativo consiste en sentarse y en ponerse en pie à tiempo. Lo mismo sucede en los co¬ ros de las catedrales, pero con esta diferencia, que los canónigos cantan maytines y los lejisla¬ dores matan ò salvan à las naciones—Perdonen UU. esta digresión y vamos al caso.

Sin agraviar à ninguno de UU. sabemos de positivo que hay en su número muchos indivi¬ duos de aquellos que el vulgo designa con el nombre poco decoroso de reata. Rogamos à los que pertenecen à esta categoría que renun¬

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cien por un instante al comodisimo pero arries¬ gado sistema de la retaguardia. La voluntad es una cosa propia—nadie manda en ella. Al que venga à pedir votos se debe responder—no se¬ ñor: si U. quiere mi voto para sí, yo lo quiero para mí, y primero soy yo—Aprendan UU. estas pocas palabras de memoría, y nos darán las gra¬ cias. Al que venga con listas, se le dice—ya es tarde; la mía está hecha. Al que se valga de empeños—estoy comprometido—Con esto lograrán UU. salir de apuros, y votar según su propia conciencia, y la coonciencia no es cosa que se pide prestada.

Voten ustedes, pues, en virtud de su propia opinión, y del concepto que les merezcan los hom¬ bres. No salga ninguno de ustedes con aquel común adefesio—¿qué entiendo yo de política?—De política entiende cualquier hijo de vecino, y ya ven ustedes que los señores C. F. T. M. P. B. y S. sin ser más que unos buenos hombres forrados en lo mismo, han hecho muy decentemente su papel en la pasada lejislatura. Además que elejir no es politiquear. Cualquiera de ustedes sabe elejir un médico que lo cure, un abogado que lo defienda, y un padre que lo confiese. ¡Y no sabrá elejir un diputado! Hagan ustedes sobre cada uno de los hombres en que se fije su atención una espe¬ cie de ecsamen de conciencia ajena—Se trata de D. Fulano—pues bien, ajustemos las cuentas. ¿Qué motivos tiene D. Fulano para saber las cualida¬ des que debe reunir un reformador? donde se ha educado? ¿qué libros ha leido? ¿qué viajes ha he¬ cho? Luego entra la parte moral: ¿cual es su vida privada? cumple con las obligaciones de es¬ poso, padre y amigo? paga sus deudas? Si ha sido hombre público, ¿qué tal lo ha hecho?—To¬ das estas soon cuestiones de cuya resolución de¬ pende el buen ò mal ecsito.

No vayan ustedes à dar su voto à la digni¬ dad ni al empleo, sino à la persona. Todos UU. son muy buenos cristianos, y por consiguiente sa¬ ben tributar el clero todo el respecto que se me¬ rece. Pues bien: el modo de respetarlo es no distraerlo de sus sublimes funciones. Bien está S. Pedro en Roma. Los curas sobre todo no de¬ ben dejar à sus feligrreses. ¿Qué es un rebaño sin pastor?

En punto à letrados, hay sus opiniones. Nos¬ otros, que acabamos de perder un pleito, con costas, no estamos muy dispuestos en su favor. Nos recusamos pues como jueces en esta mate¬ ria. Sin embargo no podemos omitir una reflec¬ ción muy trivial. Los abogados encuentran sa¬ lida para todo, y esto podrá ser muy injenioso, pero no es muy moral.

Vamos à otra consideración. Repasen UU. allà en su interior la historia de esta última le¬ jislatura; ajusten la cuenta de los bienes que ha hecho, de los males que se han aliviado, y de la ventura que se ha difundido en la república. Si esto les acomoda, deben UU. nombrar electores que les den los mismos diputados que acaban de salir. Más si por el contrario, son UU. de opi¬ nion que se ha perdido un tiempo precioso, que no se ha dado un paso en la carrera del bien

público, que estemos lo mismo ò peor que esta¬ bamos antes, entonces lo que deben UU. hacer es nombrar electores que puedan darnos una Con¬ vención diametralmente opuesta à la difunta cᬠmara de diputados. Si los electores que se nom¬ braron fueron de un color, los de ahora deben ser de color contrario; si aquellos fueron flacos estos deben ser gordos—ya UU. estienden.—

Y no ofreciendose otra cosa, saludamos à UU. con el mayor afecto.

Los Editores.

[Miscelanea número 751.]

REMITIDOS.

Señores Editores:—En la Guía de forasteros de Lima para el año presente de 833, se lee: que el Capitan Webb, había hallado que el mon¬ te Dhawalajiri de la Cordillera Himalaya en el Thibet, se eleva sobre el nivel del mar 26,462 pies; y que siendo esto así, es el más alto co¬ nocido: más como en el Catecismo de Geogra¬ fía, publicado por R. Ackerman al fólio 39 y 40, se dice que el monte Dholager en las montañas de Himmaleh, en la India esta à 27,677 pies de elevación sobre el mismo nivel; es visto que este exede à aquel en 1,215 pies de altu¬ ra; y de consiguiente es el mayor conocido, y no el que supone la Guía—Esto es sino se equi¬ voca.

Un Cuzqueño.

El ciudadano Juan Cazorla se despide de este virtuoso y noble vecindario para dirijirse á la villa de Lampa con el sentimiento más vivo de dejar un país, del que ha recibido por más de veinte y un años el aprecio jeneral. En demostración de la gratitud à que está obli¬ gado protesta sinceramente complacer como un verdadero Cuzqueño á todos los que se digna¬ ren emplearle en su servicio por aquellos lu¬ gares.

AVISO

Para el mejor y más pronto despacho del público ha tenido à bien la Prefectura mandar imprimir pa¬ saportes para toda clase de personas. Las que quie¬ ran sacarlos ocurran à la Secretaria coon el impor¬ te del papel sellado que les correspondiere.—Se han impreso en el del sello 5.o y del 6.o, exepto el del sello 2.o que sirve para otras Repúblicas, el que deben comprar los interesados del Tesoro público.

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EL OBSERVADOR.

Este periódico saldrá à luz todos los miércoles.

Los avisos que no pasen de diez renglo¬ nes, se insertarán, abonandose cuatro reales por la primera inserción, y dos por las sub¬ secuentes. Los que ecsedan de dicho nume¬ ro de convenio con el impresor GONZALEZ.

Dichos avisos deberán estar en la im¬ prenta cuando más tarde el martes al medio día; de lo contrario quedarán para el núme¬ ro siguiente.

Se admiten los remitidos que firmados por personas conocidas sean dirijidos à los Edi¬ tores de este periódico, ò al Director de la Imprenta.

N. 10.) Cuzco, miércoles 20 de febrero de 1833. (MEDIO REAL.

ELECCIONES.

Si todos los individuos de la sociedad de¬ ben empeñarse en dar sus votos, y en que nin¬ guno deje de hacerlo, no deben empeñarse me¬ nos que su elección sea acertada. Cuando se habla de las calidades, que deben adornar à los condidatos, se recomiendan altamente las je¬ nerales de patriotismo, saber, &c., y sin ambar¬ go parece que muchas veces no son solo estas las que se buscan. En efecto; hay listas com¬ puestas de individuos, que si bien recomenda¬ bles, son conocidos por pertenecientes à la opo¬ sición. A esto tienden los esfuerzos de cierta clase de hombres. Es verdad que no hay ley en contra; pero, ¿se ha reflexionado acaso so¬ bre si conviene fomentar estas ideas? Este pun¬ to tan interesante no ha sufrido discusión. No¬ sotros, sin embargo, hemos indicado ya que una oposición sistemada y tenaz, cual hasta ahora se ha desplegado, y cual se aspira à cimentar, la consideramos un veneno para el cuerpo social. Examinemos su caracter y efectos, y entonces se conocerá si nuestro juicio es errado, ò no.

Más de doce años cuenta la independencia y más de dece años hace que hay oposición. Ella ha mudado diferentes veces de personas; las que hoy tenían este caracter, mañana deja¬ ban de tenerlo. Ella ha existido con más ò me¬ nos vigor: ha obrado ya legal, ya ilegalmente; ya de este, ya del otro modo; y se ha dirigi¬ do ya contra un objeto, ya contra otro. No obstante; concisando estas ideas, ellas puede re¬ ducirse à tres clases: 1. oposición à las perso¬ nas: 2. oposición à los principios: 3. oposición à las personas y à los principios.

La primera nació con la rrevolución. Esta, vinculando à su existencia los intereses de mu¬ chos, y oponiendose à los de otros, complicó todos, movió el zelo del apático, è inflamò más el ardor del entusiasta. La revolución, mirada por este aspecto, aparecia con algo de perso¬ nal: por consiguiente los esfuerzos de sus de¬ fensores, y la oposición de sus contrarios, de¬ bía investir muchas veces el mismo caracter. Aun hay más: la gloria, que reportaba à los gobernan¬ tes el éxito feliz, aunque fuese casual, de sus me¬ didas, escitaba los zelos y la envidia; y los ma¬ les, que trahía el éxito desgraciado de sus em¬ presas, aunque fuesen bien combinadas, escita¬ ban el disgusto y los rencores. En el primer

caso, los ataques solo podían ser, y eran per¬ sonales: en el segundo, sucedía lo mismo; por que creyérondose que los males públicos solo eran debidos à personas, se creía también que el único medio de curarlos, era atacar aquellas. Los que así calculaban, prescindían de las cir¬ cunstancias; y sin contraerse jamás à combatir, modificar, ó formir un sistema de principios, di¬ rijían sus ataques à solo los individuos. Los as¬ pirantes se aprovechaban entonces de la exalta¬ ción de los verdaderos patriotas: llevaban el alar¬ ma y el disgusto el seno de las corporaciones, de las ciudades, y de los ejércitos: obraran pues la ambición, la ignorancia, y el patriotis¬ mo; y del fermento de esta mezcla de princi¬ pios opuestos, partía al fin el rayo de revolución y de sangre, que por tantas veces conmovió o derrocó las sillas vacilantes de los depositarios del poder. No obstante; la historia, al recor¬ rer estas tristes escenas, las recorrerá discul¬ pando los errores consiguientes à todo revolución, y al estado lamentable à que nos había reduci¬ do nuestra educación y circunstancias: su ojo im¬ parcial y perspicaz discernirá en ellas el espiri¬ tu honroso, que en lo general las producía: en¬ contrará mil actos de patriotismo y de virtud, y no encontrará uno solo de esos rasgos de estu¬ pidez ò ferocidad que han acompañado siempre á los desvarios sangrientos de los pueblos. En¬ tre tanto, conviene à nuestro intento el notar, que, entre los efectos de este órden de cosas, dos son los principales, los más funestos, y los que aun duran. El primero es, que siendo las mudanzas, no de gobiernos sino de goberantes, estos seguían las mismas ideas que sus predece¬ sores; y naturalmente las cuasas mismas de la caida de aquellos trahían la de estos: se suce¬ dían las revoluciones, y la causa del país retro¬ gradaba. El segundo es, que precisados los go¬ biernos à sostenerse, se sostenían descansando en el único apoyo, que entonces conocían—la fuerza; y que precisados también los goberna¬ dos à defenderse, y no contando con las garan¬ tías que hoy, acudían al mismo recurso. De es¬ te modo, las revoluciones vinieron à ser casi un medio legal de influir en las mudanzas políticas ò en su defecto, las maniobras obscuras: los odios personales se aumentaron; se contrajo el hábito destructor de atacar à los gobiernos, ata¬ cando à las personas; y se formó y cimentó al fin, la oposición personal.—Copiado—Continuará.

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OPINIÓN.

Todo estaría bien ordenado si se reformasen las autoridades, dicen unos, si se mudasen los Gobernantes, si se rectificasen los tribunales, si se castigasen la corrupción, la desidia y el cri¬ men. Nuestras instituciones son exelentes, la forma de nuestro gobierno la más justa, la cons¬ titución es el producto de la sabiduria y la es¬ periencia: es la combinación moderada de todos los sistemas políticos, combinación acomodada à nuestras costumbres y habitos. Observada en to¬ das sus partes debe producir necesariamente la paz, el orden y la armonia entre todas las cla¬ ses del estado: ella garantiza las propiedades, el honor y los derechos de los individuos: abre un campo inmenso à la prosperidad Nacional. La libertad y los premios concedidos à la acti¬ vidad, fomentan la agricultura, el comercio, la in¬ dustria y la ilustración. Si algo le quita al Po¬ der Ejecutivo, es para aplicarlo al legislativo, poder menos capaz de corrupción y despotismo: deja al judicial en todo su vigor sin la depen¬ dencia ni las trabas que perturban sus operacio¬ nes. Los destinos parten de los Pueblos, la for¬ tuna y los premios se conceden al mérito y à las aptitudes, y todos tienen por la Ley seguridad absoluta ¿que mejor sistema ni que mejores fun¬ damentos? La desgracia nace de los que ejer¬ cen estos poderes. Si no hubiera tanta ambición en los que mandan, tanta corrupción en los jueces, tanta arbitrariedad en los legisladores, tan¬ ta impunidad de crimines, tanto fermento de pa¬ siones, tanto menosprecio à la virtud y al me¬ rito, tanta incapacidad y decidia para cumplir con los deberes recíprocos, tanta exaltación en fin al liberalismo é ideas nuevas ¡que felices seríamos con nuestra carta? ¿Como reposaría el ciudadano en la magestad de las leyes, el virtuoso Patriota en la protección de la Repú¬ blica, y el hombre honrado en el seno de su familia! ¿Cuantos bienes ganados, y que de ma¬ les perdidos? ¿Y que remedio sino propender à transtornar à los Funcionarios mal versantes, à los apaticos y criminales? Así, fuera despotis¬ mo y arbitrariedades, fuera empleos patrimonia¬ les, fuera injusticias y aceptaciones personales, Odio eterno à todo infractoor de la ley, vengan¬ za para la perfidia, castigo inexorable para el crimen.

Aun no estamos constituidos, dicen otros. ¡Cuantos vacios y defectos en la ley! No se halla en ella una responsabilidad efectiva. Los poderes en parte soon absolutos, y en parte li¬ mitados è incompletos. El Ejecutivo no apare¬ ce lo que es: con las manos atadas para el bien no puede arreglar nada oportunamente ni dar el movimiento correspondiente à la máquina del es¬ tado: no puede disponer de la fuerza que es la única que cimenta el orden, la ininviolabilidad y la integridad de una Nación: puede arruinar fortu¬ nas sin poder darlas, puede abatir personas sin poder elevarlas: es responsable de lo que no es¬ tá enteramente, y es acechado con perfidia: quejosos, discontentos y aspirantes hacen su corte. La ley calla sobre su respetabilidad, por que comien¬

sa por imprimir desconfianza hacía él: el espiri¬ tu público caracteriza de heroe al que no res¬ pira sinó odio y malevolencia contra los gobier¬ nos. Es el defecto de la constitucion. Si el legislativo dicta leyes inconsonantes con el plan jeneral y la organización interior; si juzga cuan¬ do quiere, y hace de Ejecutivo cuando quiere; si los hombres menos aptos son llamados al gran¬ de cargo de dar leyes y ejercer una Soberania absoluta y perfecta sin responsabilidad ni riesgo, es por defecto de la constitución. Si los jueces aplican las leyes à su agrado, si obligados à in¬ terpretarlas por falta de exactitud y claridad caen en el error y el vituperio; si legislan à veces, si ejecutan à veces, es por que la constitución no detalla sus atribuciones y facultades, es por que no pone trabas para los que se exeden ni penas reales para los que la infringen. Las pa¬ siones de los hombres necesitan de freno y la pena efectiva debe ser la primera clausula de la ley. El clima, la indole, las costumbres de los Pueblos son los únicos que han podido mante¬ nernos en paz. El equilibrio de los poderes en nuestra gran carta, es un combate interminable y reciproco entre ellos, que tiende à la disolu¬ ción; es una guerra sorda entre los empleos y empleados, entre el que manda y obedece: una combinación más analoga à cada ejercicio, sosten¬ dría la unión como se sostiene una máquina que consta de piezas grandes y pequeñas dependien¬ tes unas de otras. Los derechos inviolables con¬ cedidos à los pueblos y à sus representaciones son el semillero de conspiraciones y tienden à la anarquía: los pueblos no deben obrar sino bajo de barreras impenetrables, para precaver sus funestos desbordes. Las prerrogativas con¬ cedidas à las capitales siembran el odio mutuo y el provincialismo en los departamentos. Las pasiones más temibles son protejidas por la ley, y los crimenes más detestables pueden eludirse con ella. La ley halla aptos à todos los hom¬ bres para todo, y para lo más sencillo no se halla un hombre. ¡Bienaventurada convención que eres la única que puedes remediar estos ma¬ les? ¿A donde está la opinión cual es la más cierta?

Continuará.

AVISO

Para el mejor y más pronto despacho del público ha tenido à bien la Prefectura mandar imprimir pa¬ saportes para toda clase de personas. Las que quie¬ ran sacarlos ocurran à la Secretaria con el impor¬ te del papel sellado que les correspondiere.—Se han impreso en el del sello 5.o y del 6.o, exepto el del sello 2.o que sirve para otras Repúblicas, el que deben comprar los interesados del Tesoro público.

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