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EL OBSERVADOR IMPARCIAL.

Se publicará los mártes, jueves y sába¬
dos de cada semana, exeptuando los
que sean festivos: se admiten subscrip¬
ciones en la tienda de Don José Do¬
rado calle de Judios, y en la imprenta

Republicana de D. José María Con¬
cha calle de la Coca, al precio de ocho
reales adelantados por cada doce nú¬
meros. En los mismos lugares se ven¬
derán también los números sueltos.

N. 5.o —LIMA JUEVES 21 DE JULIO DE 1831—1 RL.

JENERAL MILLER.

Hemos dejado correr en nuestros núme¬
ros anteriores la difusa carta de este jeneral a
S. E. el Presidente de la república, con moti¬
vo de las ocurrencias del 16 de abril, sin ha¬
cer las antijencias que merece lo abultado de
su relato, la desfiguración de los hechos que
específica, y las enormes injurias e inmerecidas
imputaciones con que denigra a los jefes, que
favoreciendo la clamorosa voz del pueblo, y ce¬
diendo al voto unánime de los ciudadanos
coadyubaron felizmente en aquella jornada ven¬
turosa y memorable; porque la misma entidad
de estos pormenores, y la ilustración que acer¬
ca de ellos nos acompaña, ecsijen un ecsámen
particular y detenido, para que ni a nuestros
compatriotas ni al mundo, quede la menor sos¬
pecha, la más pequeña duda sobre lo justo, ne¬
cesario y saludable que por todas partes se pre¬
senta aquel ruidoso acontecimiento.

El benemérito jeneral prefecto, y los muy
distinguidos coroneles Guillen y Echenique, son
el blanco principal de las iras del sr. Miller en
su precitada carta, cuyo contestó fue concebi¬
do indudablemente en algún acceso de ese ne¬
gro esplín, que con tanta frecuencia domina
y atormenta a los de su nación. Todo su afán,
todo su empeño, así como el del jeneral La-
Fuente no estriba en más, sino en que la con¬
moción que echó a este por tierra no fue otra
cosa, que una sublevación militar, inicua, in¬
sensata y sin motivo, obrada por seducciones y
bajo pretestos falsos y despreciables. Vamos
primero, a destruir estos fundamentos jenera¬
les en que ambos se apoyan, para entrar des¬
pués a hacer lo mismo con los detalles que pre¬
senta en su relación el sr. Miller.

No estará demás, antes de descender al
fondo del negocio, hacer algunos lijeros recuer¬
dos biográficos relativos al jeneral destronado,
a su carrera y hazañas militares, para penetrar¬
nos de que siempre, en todo sentido y de cual¬
quiera manera, era demasiado violenta su per¬
manencia en el primer puesto de la república
en que como un monstruo de fortuna lo vimos
un día estronizado. En efecto: ¿en qué gran¬
des servicios, en qué méritos eminentes funda¬
ría allá en su conciencia el jeneral La-Fuen¬
te su derecho a la investidura de la vice-pre¬
sidencia? Oficial escapado de las filas enemi¬
gas, lo vimos repentinamente a virtud de la sor¬

presa y prisión que logró hacer al ex-presiden¬
te Riva-Aguero, de jeneral de los ejércitos de
la patria, en los cuales no había hecho cam¬
paña, prestado sacrificio ni adquirido el menor
crédito de valor, de talento, de táctica u otros
que recomiendan de continuo a un militar pa¬
ra sus prémio y ascensos. Colocado después
en la prefectura de Arequipa por el mismo
que le premió su compartamiento con Riva-
Aguero, y sin haber tenido la menor parte en
las dos gloriosas batallas que dieron al Perú
su independencia, no lo volvimos a ver has¬
ta que en 1829 se presentó en esta capital pa¬
ra deponer al vice-presidente Salazar y Baqui¬
jano, cuyo lugar ocupó después, empleándose
en dar a nuestra constitución y a los derechos
que ella establece los golpes más despóticos y
arbitrarios. La ley de prohibiciones decretada
por el congreso, que ya restrinjia, ya amplia¬
ba, como los muchachos acortan y alargan a
su antojo y capricho la cuerda del cometa que
les sirve de juego y entretenimiento—la seguri¬
dad personal de todos los ciudadanos amena¬
zada con el ejemplar del jóven Ayala—la ho¬
norable representación departamental auyenta¬
da de su mismo alcázar a viva fuerza, y arro¬
jados de la capital algunos de sus miembros;
son acontecimientos que marcan la época de
la administración del jeneral La-Fuente, dema¬
siado escandalosos para que en todo evento, en
todas circunstancias, no salven y cubran el ho¬
nor y la reputación de los jefes que intervi¬
nieron en su caída, aun cuando la hubiesen
efectuado de su propio motivo, y no a virtud
del grito público, levantado ya con desespera¬
ción y de un modo imponente. ¿Bajo qué as¬
pecto pues, podrá mirarse como inicua, insen¬
sata y sin motivo una sublevación dirijida a qui¬
tar de en medio, obstáculo tan cruel a la feli¬
cidad del país, al reposo de los ciudadanos, y
y al cumplimiento de la constitución y de las
leyes? ¿ni como podrán cuadrarles los odiosos
epitectos de conspiradores y malvados a los je¬
fes patriotas, que protejieron la intención del
pueblo, cumpliendo al mismo tiempo con las sa¬
grados deberes que juraron llenar y cumplir, el
uno como la primera autoridad del departa¬
mento, el otro como militar distinguido y en¬
cargado del mando de una parte considerable
de la fuerza armada, y ambos en fin, como
buenos ciudadanos?

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