El Observador Imparcial

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El sr. Miller como jeneral de los ejércitos del Perú, no puede ignorar el juramento que hacen sus individuos al frente de las banderas y los precisos términos en que están concebi¬ das sus cláusulas. Recuérdelas, si acaso las ha olvidado, y verá en ellas trazada como obli¬ gatoria, la conducta que nuestros jefes han ob¬ servado el 16 de abril, tanto más honorable y gloriosa para ellos, cuanto ningún rico botin— ningún grado—ninguna elevación a un puesto superior—ningún resultado favorable a sus per¬ sonas e intereses, aun de aquellos que sin des¬ doro suelen adquirirse en semejantes casos, y tuvieron siempre por écsito las empresas del je¬ neral La-Fuente; se les ha visto ni notado has¬ ta ahora. Un noble desprendimiento, un de¬ sinterés inimitable es cuanto se ha ostentado por parte de los jefes que el sr. Miller tiene el arrojo de calumniar llamándolos traidores y mal¬ vados. La traición, la perversidad y las seduc¬ ciones jamás se emplean en el bien jeneral; su ejercicio tiene siempre por objeto el interés privado y una perniciosa trascendencia a la uti¬ lidad común. No habiendo pues, aparecido la menor sombra de ambición u otra mira inte¬ resada en la espulsión del jeneral La-Fuente, antes bien han sido demasiado ostensibles los beneficios que de ella han resultado, es una injuria atroz, un insulto grosero el que el sr. Miller les infiere a los jefes que la patrocina¬ ron. Pasemos ya a los pormenores de que se hace cargo dicho jeneral en su prenotada co¬ municación.

Es un aserto atrevido y monstruoso el que asienta el señor Miller, suponiendo que la com¬ pañia de Zepita que se dirijió a casa del vice-pre¬ sidente tuvo por objeto asesinarlo, cuando no tuvo siquiera el de tomarlo preso, como a su vez lo veremos comprobado en el parte remitido por el jeneral prefecto al presidente del congreso, que no deja duda alguna sobre las verdade¬ ras intenciones con que fueron espedidas sus órdenes aquella noche. Por lo tanto no nos de¬ tendremos en ello, ni en la chocante afecta¬ ción con que el sr. Miller quiere aparentar ignoraba las infracciones de constitución per¬ petradas por La-Fuente, diciendo no tenía más fundamentos que el dicho del jeneral prefecto. Dejaremos también otra porción de menudos incidentes todos desfigurados, de que se ocupa en su carta, y vengamos a su arribo a la for¬ taleza de la independencia y posteriores suce¬ sos, en cuyo relato parece puso menos reparo y circunspección con el deseo de cubrir el tor¬ pe e ilegal comportamiento con que se con¬ dujó.

Luego que se percibió en el Callao la no¬ vedad ocurrida en Lima con el jeneral LaFuente, reunió el benemérito sr. coronel Eche¬ nique comandante de las fortalezas a los jefes y oficiales de la guarnición, con el objeto de esplorar sus ánimos y pedirles consejo relativa¬ mente a lo estraordinario de las circunstancias. El voto unánime de cuantos compusieron la junta fue por su adhesión al cambiamento, ma¬ nifestado se sujetarían respetuosamente a las autoridades constitucionales. Aparecese en esto el descarreado jeneral Miller, pretendiendo in¬ troducirse con unos cuantos soldados que le

acompañaban, en la fortaleza, lo cual según lo ya determinado no le permitió su coman¬ dante, insinuándole sí, que podía retirarse al cas¬ tillo del Sol, donde con más reposo y mejor acuerdo tendría lugar de arreglar su conducta, y resolverse por lo más conveniente y acer¬ tado. Así lo verificó; pero muy lejos de aprove¬ char la prudente indicación que se le había he¬ cho, y llevando siempre adelante su atolondrado exaltamiento, pone abanzadas al gran castillo— ecsije que este vaya a tomar sus víveres al fuerte desmantelado que le servía a el de asilo— aparenta ponerle un sitio formal—trata de su¬ blevarle la tropa, y se empeña en alborotar la población y sus contornos de una manera dema¬ siado peligrosa y alarmante. Entónces el sr. Eche¬ nique tratando más sériamente de tomar medidas de órden y seguridad, obligó a que el jeneral Miller tubiese con el otra entrevista en la cual ofreciendo a sus ojos lo injusto, lo imprudente, lo desesperado de su empresa—lo ruinoso de sus consecuencias—su inutilidad—la guerra civil que encendería—el destrozo de las fortunas de mu¬ chos ciudadanos que deberían ser víctimas de ella &c. &c. pudo al fin vencer la obstinación del ingles jeneral, y libertad al país de los horro¬ res en que este lo hubiera sin duda embuelto, y a que propendió, como hemos visto, de un modo estremadamente eficaz. Así es que, la con¬ sideración de los motivos que indujeron al jene¬ ral Miller a desistir de su funesto empeño y de que se hace un mérito en su comunicación; a quien verdaderamentese le debe es al sr. Eche¬ nique y no a el, que si hubiese tenido a mano los elementos precisos, nos habría sumido en un abismo de calamidades y desastres que no es fácil concebir.

Por esta sencilla cuanto verídica relación de lo ocurrido en el Callao podrán nuestros lecto¬ res venir en conocimiento de cuan injustamente maltrata el sr. Miller al recomendable coronel Echenique injuriandolo con las notas de traidor, desleal y otras que torpemente la aplica. Bien es que si atendemos al modo de espresarse adop¬ tado por aquel jeneral respecto a todos los jefes, que en toda clase de armas componían la guar¬ nición de Lima y el Callao, no es de estrañar se vierta en terminos siguientes. Amotinados lla¬ ma al coronel Guerrero y a los artilleros de su mando—Amotinada a la compañia de policía, al comandante, oficiales y tropa del castillo de la independencia los titula revolucionarios—suble¬ vadas a las tropas del jeneral Benavides—traidor al coronel y batallón de Zepita—conspirador, al que ejerse la primera autoridad en el departa¬ mento, y por este tan llano y gracioso órden, de cuantos jefes, oficiales y autoridades ecsistían a la sazón en Lima y sus contornos, se va dejando a si mismo el sr. Miller como el único que llenó sus deberes, y sostuvó su honra y su reputación. ¿Habrá intento más estravagante y romancesco?

Lo espuesto nos parece bastante para evitar cualquier sorpresa que en un animo desprevenido pudiera ocasionar la lectura de la nota del jeneral Miller que dejamos inserta. Ahora es tiempo de apurar las otras comunica¬ ciones que hemos ofrecido, y son las que han de hacer formar un juicio cabal y recto de este inte¬ resante suceso.

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El siguiente artículo se nos ha remitido de¬ jando a nuestro arbitrio el insertarlo: y como en los principios que establece advertimos bastante analojía con algunos de los que han servido de fundamento para impugnar la nota del jeneral Miller, y esté además adornado de bellas ideas, pureza y amenidad de estilo, no hemos trepi¬ dado en publicarlo con entera satisfacción y confianza.

EL BUEN CIUDADANO.

Solo merece tan honroso dictado el que viviendo en una sociedad bien ordenada, dirije todas sus fuerzas a la conservación de esta, a su presperidad, y a la dicha de sus conciuda¬ danos. No basta nacer libre, estar bajo la in¬ fluencia de leyes justas y sábias, y disfrutar se¬ guramente de los derechos de ciudadanía, para llamarse buenos ciudadanos. Es imposible serlo sin identificar su suerte con la de los demás, y sin dar ejemplo de virtud, de desprendimiento y de amor a la patria.

De poco serviría establecer leyes ecselen¬ tes que asegurasen la dignidad de los miem¬ bros de una sociedad, si cada uno de ellos no se constituye un zeloso vijilador de su puntual observancia, posponiendo a esto todo interés, todo resentimiento. Así solamente impera la li¬ bertad legal, y es contenido el desenferno de las pasiones de los primeros funcionarios de un estado.

¿Será buen ciudadano, él que vea hollar con indiferencia las leyes fundamentales de su país, sin tomar parte en la reparación de este desacato hecho a la majestad del pueblo? ¿Será buen ciudadano él que ve atropellar a otro ciu¬ dadano por el capricho o mala voluntad de un mandón? No por cierto: el buen ciudadano mira la suerte de los demás como la suya propia, porque conoce que el desafuero cometido hoy contra uno, puede cometerse mañana contra él. De aquí la adherencia al bien común, porque sabe que así como este es la suma de los bie¬ nes de todos, así aquel es el apoyo del bien estar de cada uno en particular.

El buen ciudadano conoce, que sin los ser¬ vicios de todos no se puede conservar la patria; y por esto es el primero que se desprende de una parte de su fortuna para lograr aquel fin: no rehúsa empuñar la espada, cuando la patria le llama a su defensa; respeta la ley y odia al tirano; sin lo primero sabe que no es posible que haya órden, tranquilidad y justicia; y sin lo se¬ gundo está persuadido que no puede ecsistir la libertad. Se interesa cordialmente en que su nación sea sábia, rica y valiente, porque no cabe en su corazon el sentimiento horrible del desprecio, del abatimiento y esclavitud a que se ven reducidos los pueblos, cuando carecen de aquellas virtudes. Para el buen ciudadano no hay más autoridad que la que obra con jus¬ ticia, porque solo así puede ser lejítima cual¬ quier misión sea de la clase que fuere: aprecia en sus conciudadanos los servicios y mereci¬ mientos que han contraído con la patria; busca los talentos para admirarlos, y desprecia la al¬ tanería deel rango, cuando está destituido de las prendas que hacen útiles y recomendables a los hombres.

Ultimamente aquel será buen ciudadano, que encamine todas sus acciones a la gloria de su patria, a la conservación de las leyes que afianzan los derechos santos de la propiedad, de la seguridad y de la libertad civil de los in¬ dividuos, fundamentos de la prosperidad públi¬ ca, y sin los cuales las sociedades serían atos de ganado dirijidos con el palo de los déspotas.

CRITICA.

PROYECTO ORIJINAL DE UNA NUEVA

LEJISLACIÓN.

Si en los estados no hubiera reinado en todos tiempos la mania estravagante de repe¬ tirse, componerse y recomponerse sobre prin¬ cipios, que por más que se hayan querido re¬ mendar, no han obrado siempre en la practi¬ ca, no se hubiera incurrido enn la contradicción ridícula y monstruosa de establecer una lejis¬ lación que llevase el nombre de lejislación na¬ cional, y otra que en el hecho fuese la lejisla¬ ción práctica; y en ejercicio de los tribunales una que conservase el honor nacional en las bibliotecas y gabinetes de los sábios, y otra que sirviese de guía y regla a los jueces en los li¬ tijios y contiendas; una que fuese en todas sus partes compatible con los derechos naturales del hombre en sociedad; y otra que dejase arbitrio a los juzgadores para apartarse de los mismos derechos, siempre y cuando tuviesen en ello un interés predominante: en una palabra, una espe¬ culativa, y otra práctica; una escrita y otra de uso.

El proyecto de la lejislación de que ha¬ blamos, se reduce a deducir del principio de la soberanía, base y fundamento de todos los con¬ venios y leyes de la sociedad, el otro no me¬ nos evidente de que la voluntad del pueblo es¬ presada, es lo que se llama y solo puede llamar ley. Esto supuesto, (aquí entra lo orijinal): ¿por qué no se ha de poder sacar una consecuencia más conforme con la práctica, y en que la vo¬ luntad jeneral que es la ley, entre de un modo más grato, y útil a cada uno de los ciudadanos que pleiteen o se vean de cualesquier modo en el caso de que se les aplique alguna de las le¬ yes? ¿Por qué no se había de tomar el espe¬ diente de hacer una ley para cada caso, y de¬ jarse de leyes jenerales y ante-escritas, que com¬ prometan a los jueces, que tienen casi siempre que hacer una, (o lo que es lo mismo), acomo¬ dar con interpretaciones, la que había hecha por tener este defecto de jeneralizar, so pena de no poder servir al amigo, al recomendado, ni realizar una venganza (honrosa se supone), ni menos empeñar a un magnate, a un minis¬ tro por agradecimiento? Si al fin, como quiera que esté montada la lejislación, sea a la gre¬ ca, a la romana, a la gótica, a la española, siem¬ pre hay que dispensar estos servicios; y por más que se diga y haga, esto parece que no ha de acabar sino con el mundo: ¿a qué son esos có¬ digos, esos decretos, esas constituciones y esos reglamentos? A enmarañar los juicios, atormen¬ tar las cabezas de los jueces buscando salidas y rodéos para que todo, todo se le deba a ellos por agradecimiento, y nada a la ley ni a la le¬ jislación. ¿La espresión de la voluntad jeneral, es acaso contradicha porque un ciudadano repor¬ te hoy un beneficio de una ley que se haga pa¬

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ra él, otro lo reporte mañana por otra; se ven¬ gue, se despique uno, cuando se le ofresca, de un enemigo, y adquiera estotro lo que no le pertenece, cuando una ley hecha solo para aquel caso se lo puede dar? ¿No quedan así todos contentos, los que disfrutan el beneficio, y los que mediante el nuevo sistema lo pueden dis¬ frutar? ¿Puede ser la voluntad jeneral más so¬ lemnemente pronunciada, que en los casos en que todos y cada uno de los ciudadanos logra o puede lograrlo que quiere y como se le antoja?

Es claro, pues, que las leyes deben ser he¬ chas en los casos singulares que ocurran, y que los jueces solos que pueden calcular la nece¬ cidad, las deben hacer y aplicar. Así se hace con fruto en Marruecos, en Turquía, en la India, entre los patagones, y en todos los países ci¬ vilizados en que no se han impuesto una ne¬ cesidad de dar cierto charol de principios y de derechos al sistema. Por este órden se deben haber formado entre nosotros los que en dos mil tomos en fólio han mamado las leyes es¬ plicadas así por Bártulo, del otro modo por Man¬ teca, de esotro por Baldo, y la infinidad de lejisladores que han rejido hasta ahora en nues¬ tros tribunales, decidiendo de los bienes y de las vidas de los peruanos. Una ley para cada caso, y está demás esa multitud de autores le¬ jislativos, sabiendo desde entonces el ciudada¬ no a que se ha de atener, y como se ha de conducir. En este caso, tiene un sistema que lo quie, y no que en el de las dos lejislaciones que nos gobiernan, va a buscar en un tribunal la aplicación de una de las leyes escritas, y se ha¬ lla con que le fabrican allí sobre la marcha, otra nueva con que no pudo ni debió contar.

Simplifiquese pues, el lejislación, y sépase de una vez que un ladrón, un asesino, un emplea¬ do dilapidador &c. deben ser juzgados precisa¬ mente por la opinión de los jueces, y no por ley alguna de nuestros códigos. Que deben ser absueltos ó condenados según que ellos ó sus connotados puedan inclinar ó no el ánimo del juez a hacer de golpe una ley contraria o fa¬ vorable, y que todo, todo debe ceder al influ¬ jo, el favor, la sorpresa, o a la inclinación de los que juzguen. No hay que embarazarse en si entonces tienen o no tienen las leyes efec¬ tos retroactivos: ese, cuando más, es un defec¬ to en las leyes escritas; pero no en nuestro nue¬ vo sistema practico en que la retroacción es todo el fondo y base del proyecto. Una ley pa¬ ra cada hombre, una para toda acción, una pa¬ ra cada juicio, y la voluntad jeneral queda satis¬ fecha; la practica queda consagrada, y desecho absolutamente el escandalo de dos lejislaciones que se contradicen y desmienten.

DOCUMENTOS RELATIVOS a la caida del jeneral La-Fuente. CONTESTACIÓN

República peruano—Lima abril 17 de 1831

Sr. Prefecto—Para proceder a consecuen¬ cia de la apreciable nota de V.S. fecha de ayer a tomar la resolución que fuese más con¬ forme a la constitución y al órden público, tube por oportuno consultar al consejo sobre el par¬ ticular. Esta respetable corporación habiendo meditado la materia, con el tino y circunspec¬

ción que acostumbra, y firmemente convenci¬ da, que el caso presente no está espresamente decidido en la constitución, y que la represen¬ tación nacional está en posibilidad de abrir sus sesiones, cuando más tarde, el día de mañana, no atreviendose a deliberar en asunto de esta clase; ha sido de dictamen se espere su reunión, u que ella resuelva lo conveniente sobre la ma¬ teria, para que así la deliberación tome la respe¬ tabilidad y seguridadd que corresponde.

En esta virtud se lo comunico a V. S. en contestación a sus dos apreciables del 16 y 17, suplicandole entre tanto por mi parte, a que en virtud del cargo que ejerce espida las órdenes convenientes a conservar el órden y tranquilidad de este recomendable vecindario, según espera su atento obsecuente servidor. —Andres Reyes. Sr. jeneral prefecto de este departamento D. J. B. Eléspuru.

Prefectura del departamento—Lima 17 de abril de 1831:—Al Excmo. Sr. presidente del congreso.

Excmo. Sr.—Anoche he comunicado a V. E. oficialmente la acefalia en que se hallaba la República por la fuga del jeneral vice-presiden¬ te, de las furias de un pueblo tumultuado. Dije a V. E. y repito, que la arbitrariedad de sus órdenes habia sin duda agotado el sufrimiento del jénio Peruano; más no habiendo permitido la premura del tiempo darle una razón circus¬ tanciada de tan fatal ocurrencia, me apresuro a pasarle este detall, que le instruirá por menor del suceso, y del orijen de mis providencias.

Me hallaba en mis casa a las 8 de la noche con la salud algo quebrantada, cuando recibí varios avisos de que por las calles andaban pe¬ lotones de jente disfrazada y amotinada pidien¬ do la cabeza del sr. jeneral La-Fuente. Creí de mi deber, salir a ver si podia evitar tan es¬ candaloso desorden, y antes de haber andado mucho me encontré con un pelotón que en efec¬ to venía aclamando el esterminio del sr. jene¬ ral La-Fuente, improperando su conducta pú¬ blica con espresiones y apodos denigrantes que manifestaban su despecho.

Yo les dirijí la palabra y les dije: que si no consistia su sociego, sino en que dejase el man¬ do aquel sr. yo les ofrecía hacerlo salir del país con la calidad de que no molestasen el vecin¬ daria y se retirasen pacificamente a sus casas. Me contestaron que los engañaba, y que estaban resueltos a sacrificar a este enemigo del jeneral Riva-Aguero, y a este tirano que desaparecía a los ciudadanos sin juzgarlos, añadiendo otras mil invectivas que son de calcular en tales lan¬ ces. Entonces les aseguré que no los engañaba, y que desde allí pasaba al cuartel del batallón Zepita a disponer con aquella fuerza dejase el sr. jeneral La-Fuente su azaroso destino. Así lo verifiqué, y valiendome parar con la tropa de las espresiones que me parecieron más a pro¬ pósito para reducirla a mis órdenes pasé a su pa¬ bellón donde puse la nota que orijinal incluyó a V. E. por que el conductor de ella que lo era también de la compania que marchó a su casa a escoltarlo no tubo tiempo para entregarsela por la confusión en que se puso toda la familia, y por la prisa con que fugó S. E. el Vice-Presidente al ver el aparato de tropa a sus inmediaciones.

IMP. RERP. DE CONCHA. [Continuará.]

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EL OBSERVADOR IMPARCIAL.

Se publicará los mártes, jueves y saba¬ dos de cada semana, exeptuando los que sean festivos: se admiten subscrip¬ ciones en la tienda de Don José Do¬ rado calle de Judios, y en la imprenta

Republicana de D. José María Con¬ cha calle de la Coca, al precio de ocho reales adelantados por cada doce nú¬ meros. En los mismos lugares se ven¬ derán también los números sueltos.

N. 6.o —LIMA SABADO 23 DE JULIO DE 1831—1 RL.

NOTICIAS INTERESANTES.

CORBETA LIBERTAD.

Por una persona fidedigna que salió de Co¬ bija el 14 de corriente, sabemos que la corbe¬ ta Libertad consumó al fin su traición, fondean¬ do en aquel puerto el día 11. Inmediatamente enarboló la bandera boliviana, y echó a tierra con conocimiento y anuencia del gobernador de dicho puerto, cuatro cañones para formar una bateria y poderse defender. La misma per¬ sona que comunica este suceso añade: que en¬ tre los individuos que componen el equipaje de la corbeta, reyna el mayor desórden y des¬ moralización, y que el guardia marina Pareja a quien por no haber querido entrar en sus ini¬ cuos planes, tenían preso desde que se suble¬ varon, lo habían puesto en tierra a disposición del gobernador, que lo mantenía en el mismo órden bajo su custodia.

El boliviano pues, ha dado ya la señal de guerra la más solemne, la más ruin y más ini¬ cua, patrocinando la traidora defección de la corbeta Libertad. Esto parece no necesita de esplicaciones, y está muy claro que nuestro ejér¬ cito, tomando sobre sí la responsibilidad de sus hazañas, volaría a vengar el honor e inte¬ gridad nacional, sin aguardar a que acabe de desmoronarse el grande edificio de nuestra in¬ dependencia y de nuestros derechos, a que ha propendido tanto la flema oratoria de nuestros observadores. Santígüense ellos mientras, en hora-buena, todo cuanto quieran, que sus as¬ pabientos no nos han de salvar, ni con cruces se responde de una república entera. Nuestros bravos no deben conocer ya más límites que aquellos en donde encuentren al rastrero y bár¬ baro mandon, cuya imbecilidad no halla un medio que no sea bajo e indigno para ensan¬ char los cortos límites en que está encerrada su desmedida ambición. Venguen en él tanto cúmulo de insultos y de perfidias; triunfen de ese enemigo astuto que quiere destrozarnos, y vuelvan a disfrutar de las recompensas de la patria, y de las aclamaciones de un pueblo que les deberá su gloria y libertad.

DESMORALIZACIÓN DEL EJERCITO BOLIVIANO.

Gobierno de Guancané—junio 27 de 1831 Al sr. sub-prefecto de la provincia.

Anoche se ha presentado en esta capital, don Manuel Balderrama, sobrino del cura de es¬

ta doctrina don Domingo Balderrarma, con pasa¬ porte del correjimiento de Tincusi pueblo de su residencia en Bolivia.—El objeto de su venida es [según dice], ver a su tio, a quien lo creía postrado en cama, por haber recibido una car¬ ta de Omasuyos en que se le aseguraba su en¬ fermedad: permanecer en su compañia, y no regresar a Bolivia, donde asegura, ha sido per¬ seguido y conducido preso por dos veces a la Paz por sospechas de peruano. No da más noti¬ cia sobre el estado político y militar de aque¬ lla república, que la que dice le ha comunica¬ do el comandante Montenegro, espía del jene¬ ral Urdininea, sobre la prisión del jeneral Ló¬ pez, y el consejo de guerra que se le está si¬ guiendo por haber apechugado al vice-presi¬ dente Velasco. Que ha oido decir, se han reu¬ nido los civicos de Omasuyos y Muñecas en los pueblos Hachacache, Escoma y Guaicho con las armas suficientes; pero que de la de Esqui¬ bel donde el pertenece, no se ha movido ni un solo hombre—Incluyo a U. el pasaporte que ha presentado, y dandole otro le he intimado se presente en esa capital a disposición de U. en compañia del conductor de esta—Dios guarde a U.—Antolin Guerrero.

Gobierno de Moclo, junio 27 de 1831.

Sr. Sub-prefecto accidental—Ayer 26 del cor¬ riente han venido dos indijenas con su bende¬ ja de panes, a quienes les hize un escudriño pro¬ lijo de los mandones de civicos de Guaicho, quienes han asegurado, que el día 24 viernes, se mudaron para Carabuco, llevandose las ar¬ mas que había en el pueblo de Guaicho, y del mismo modo dejaron a todos los Guaicheños y dijeron que los habían dejado vendidos. Es cuanto ocurre por ahora, y luego que se con¬ sigan otras noticias impartiré luego—Dios guarde a U.—Diego Felipe Aliaga—Es cópia—P.A.D.S. Felipe Salazar.—Oficial primero.

LA CONSTITUCIÓN.

¿Estos motivos son nacionales o puramen¬ te personales?

Cuando desde la tribuna de la cámara de diputados, se dirijió este dardo emponzoñado con dirección al ejecutor de las leyes, al gran ajen¬ te de nuestros intereses, al principal encarga¬ do de nuestra felicidad y reposo; muy bien pu¬ do haberse resentido funestamente todo el edi¬

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ficio social, a virtud de un golpe tan descom¬ pasado y violento. Empero, hallando invulne¬ rable al que custodia la república, solo ha lo¬ grado la osadía, dejar impresiones dolorosas que no se borran tan facilmente del animo de un buen ciudadanon, de un verdadero patriota, aman¬ te del órden, del decoro y respeto de su na¬ ción. Nosotros al recordar aquella horrenda ma¬ ledicencia, no hemos podido menos de afectar¬ nos de un vivo sentimiento, y entrando a ecsa¬ minar su espíritu y su razón, nos hemos pre¬ guntado en la imparcialidad y rectitud de nues¬ tro juicio: ¿y los motivos que han suscitado una duda tan temeraria, y las intenciones de los que la hayan podido dar abrigo, sonn naciona¬ les, de patriotas y republicanos, o son perso¬ nales de egoistas y facciosos? Contestarémos sin valernos de pérfidas reticencias: hablaremos con aquella dignidad y franqueza que inspira la buena fe que nos animan.

Para ilustrar la materia y dar alguna idea de los fundamentos en que estriba nuestra pre¬ gunta, no hay que hacer sino salir a las ca¬ lles—pararse en las plazas, y penetrar al in¬ terior de algunos aposentos y tertulias. ¿Qué es lo que frecuentemente oímos? El sr. N ha pro¬ cedido bien, porque debe ser consecuente con la administración actual, porque fue íntimo de La-Fuente—D.S. debe pensar así, porque es partidario de Riva-Agüero—D. G, no puede estar bien con el gobierno del jeneral Gamar¬ ra, porque es hechura de La-Mar. &c. &c. ¡Por Dios, santo! ¿Estamos en la Babel de las facciones, o en el Perú con constitución, con leyes propias, y con majistrados y jefes elejidos por la soberania para hacerlas cumplir y obe¬ decer? ¿Qué significa sino tanta multitud y di¬ versidad de advocaciones con que no se hace más que tributar el culto más impuro al egois¬ mo, al interés privado, y otras mil pasiones in¬ mundas y detestables, simbolizadas en el nom¬ bre de cada uno de esos patronos a quienes se ha consagrado tan perniciosa devoción? ¿Y mientras haya entre nosotros un semillero tan fecundo de aspiraciones, de codicia y de dis¬ cordia; mientras la causa nacional y el interes común, no se hayan de ver sino por el lado de la vonveniencia pública, habrá derecho, ha¬ brá osadía para preguntar si los motivos indi¬ cados por un jeneral ilustre para declarar la guerra a quien se presenta como enemigo el más cruel de nuestra independencia, y protec¬ tor de una de las sectas que corrompen nues¬ tra sociedad; son nacionales o puramente per¬ sonales? ¿Viviendo rodeados de tanta anomᬠlia, no será más natural, mucho más creible que emanen de alguna de ellas los motivos que inducen a espresar una desconfianza tan enor¬ me? ¿Qué falsa pisada, que mira sospechosa, qué acción que desdiga del honor y dignidad de un supremo majistrado, puede imputarsele al jeneral Gamarra? Nosotros si ecsaminamos su conducta la hallamos noble y jenerosa en todas sus partes como ciudadano; franca, pa¬ triotica y legal como presidente de la repúbli¬ ca, y nada vemos aun profundizandonos has¬ ta los actos de su vida privada, que no nos pres¬ te un motivo de felicitar a la nación por ha¬ berle entregado la dirección de sus negocios. Sino es así, si algún observador más atento y sus¬

picaz lo ha sorprendido tal vez en algún es¬ travio imperceptible a nuestra vista: ¿por qué no lo acusa? ¿No se halla competentemente reu¬ nida en medio de nosotros la muy poderosa, la muy tremenda soberania nacional? Si es que en el pueblo hay temor o miramientos ¿los ha¬ brá igualmente en los individuos del congreso? Esos mismos que han tenido bastante animo¬ sidad para hacer indicaciones vehementemen¬ te criminosas: ¿les falta patriotismo para enta¬ blar una acusación fundada, si es que hallan en que apoyarla? Pues este es el único medio idalgo, franco y legal de acusar a un guerrero, a un héroe de su nación, a un supremo ma¬ jistrado: lo demás no son sino hablillas mujeri¬ les—peligros que no dejan gloria alguna—mur¬ muraciones bajas y ruines—dividir la opinion— sembrar la discordia—emponzoñar los espíritus— y conducirnos a la anarquia.

Ya nos parece que oímos a los imbéciles e incensatos gritar ¡Ministerial ¡Ministerial! ¡eh! ¿No podrá la verdad salir si no es de boca de un ministro, o está acaso vinculada en los que mandan? ¡Constitución! ¡Constitución! contes¬ taremos nosotros: !Constitución y órden! repe¬ tiremos esternamente. ¿Hasta cuando hemos de hacer causa y hemos de interesarnos nada más que en la persona del que gobierna y no en quien verdaderamente manda, y a cuyo nombre y por quien ecsiste toda autoridad, hasta la más elevada del estado, la Constitución? La Cons¬ titución que envolviendo en sí el órden inalte¬ rable de la sociedad, el respeto y obediencia a los supremos funcionarios, y la cooperación unánime de todos los miembros de aquella a los fines a que estos están destinados; que nun¬ ca varía, y es siempre la misma, reprueba y detesta esos ominosos partidos que distinguimos con los nombres de los que nos han goberna¬ do. La Constitución: esta será nuestra brújula y los principios que establece, los derechos que consagra serán objeto eterno de nuestros es¬ fuerzos, sin adherirnos jamas a alguna de tan¬ tas ruines bandadas, que pasan de continuo so¬ bre nosotros, aunque sin causarnos otro daño que la molestia que orijina su infernal vocin¬ gleria. El mismo jeneral Gamarra como hom¬ bre público, si ocupa nuestra atención, si ob¬ tiene nuestros votos, y merece nuestro más cor¬ dial respeto y obediencia, es tan solo en cuanto está a la frente del partido constitucional que sostiene y dirije con acierto y dignidad. RivaAgüero y La-Fuente, si fuera posible que algún día satisfaciesen los gravísimos cargos que se les hace, y quedando legalmente absueltos se les repusiese en los derechos y preeminencias de que la ley los ha privado; nosotros seríamos los primeros en inclinar profundamente la ca¬ beza, adorando el soberano poderio de la Cons¬ titución, único capaz de obrar tan estraordi¬ nario portento.

Tal es nuestra profesión de fé política, con¬ cebida en ódio a las maquinaciones e intrigas de los que quisieran a cada paso ver repetido en el Perú un funesto ejemplo de revoluciones succesivas, ilegales unas, justísimas otras, que no han dejado hasta ahora concluir al jefe su¬ premo el tiempo que la ley designa a su ad¬ ministración. ¿Entónces como se madurará fruto ninguno, ni que podremos echar en cara a nuestros gobernantes, si nosotros damos al mun¬

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