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do al nadar se deja uno arrastrár por la corriente
del rio, y tiene mucha mas fuerza cuando se quie-
re subir contra la corriente. En los baños de mar
es donde se esperimenta el mas alto grado, con
especialidad cuando están ajitadas las olas. Los
efectos del choque de los líquidos son con corta
diferencia los mismo que los hemos señalado al
hablar|de las vibraciones del aire y se pueden con-
siderar como tónicos. Unos sacudimientos fuertes
y repetidos de nuestros órganos no pueden sino
activar los movimientos, favorecer el curso y las
descomposiciones de los líquidos, y hacer mas agu-
das las enfermedades á que la excitación perjudi¬
ca. 7.° En fin por su temperatura. Los baños
obran en nosotros por su temperatura como lo ha-
ria otro medio cualquiera en el que estuviésemos
sumerjidos. Si el agua tiene una temperatura ma-
yor que la nuestra, nos dá calorico, y si la tiene
menor, nos quita; y lo mismo que la atmósfera,
nos parece fria, templada ó caliente, según que
ella nos quita mas ó menos, ó nos comunica el ca-
lor con mas ó menos abundancia.

Entre los efectos de los baños de agua y los
del aire caliente no hay mas que una diferencia de
intensidad. Es muy fácil de concebir que la adi-
ción y sustracción del calórico se deben hacer con
mas enerjía con los líquidos que por los fluidos
gaseosos, en razón de que aquellos tienen mucha
mas densidad, y presentan al contacto un número
mucho mayor de moléculas en un tiempo deter-
minado. Por esta razon, el agua nos hace siempre
experimentar una sensación de calor ó de frio mu-
cho mas considerable que la que nos haria pade-
cer el aire ó cualquiera otro gas de la misma tem-
peratura.

Las denominaciones de baños frios, calientes
templados no denotan el grados de calor del
mismo liquido, sino la impresión que hace sobre
la piel; por lo cual se debe considerar esta mem-
brana, como el termómetro mas á propósito para
medir el calor de los baños. Un baño habrá que
será frio para una persona, y caliente para otra;
no obstante, jeneralmente hablando, los baños son
frios, cuando bajan de 15° ó 20° del termómetro
de Rèaumur, y son calientes cuando suben de 25°
à 30°.
(Continuará)

POLITICA
DE LA "OPINION" DEL CORREO
(Continuacion.)

El círculo de las ideas del Correo nos ha
parecido algo estrecho; y su mode de conce-
bir la opinion, recojido de la calle sin discer-
nimiento alguno. Para poner en evidencia la
materia de que se trata, es preciso subir has-
ta el orijen y la primera formacion de la idea
de la opinion, en el sentido político.

Esta idea empezò a jerminar desde la épo-
ca feliz en que brotaron, entre un número de-
masiado reducido de filosofos, las teorias polí-
ticas fundadas sobre sentimientos humanos y je-
nerosos: en que comenzò á hacer entender
que el verdadero objeto del gobierno no es el do-
minio de los que gobiernan, sino el bien-estar
y la prosperidad de los gobernados; en que se
pudo hablar de la justicia y conveniencia que
hay en disponer que el mayor numero de las
criaturas humanas pueda participar de la abundan-
cia y de las demas ventajas de la sociedad. Una voz
tan agradable y lisonjera para todos los que la

[Columna derecha]:

oian, no podia no excitar entre ellos un eco, que fue
adquiriendo siempre mas fuerza y estension à me-
dida q' se fue aumentando el número de los sábios,
filantropos y escritores populares que lo habian
despertado. Este eco empezò a ser la opinion.

En su principio, esta voz y este eco no se
dirijieron mas que al corazon y à la buena vo-
luntad de los jefes de las naciones. Todavia no
habia empezado aquella série de dramas tan funes-
tos de mudanzas politicas violentas, de que la
Francia dió el primer ejemplo, que la hsitoria
señalará siempre como el mas terrible. Nadie
se habia atrevido á provocar á los pueblos à
la revuelta. Satisfechos de una forma de go-
bierno, hecha suave por el largo hábito, y san-
tificada por la relijion, no deseaban sino sacar
de ella todo el bien posible. Los Reyes no
fueron sordos a la voz de la filosofia y la hu-
manidad. La opinion se presentaba segura an-
te el trono, apoyandose en estas dos sòlidas y
eternas columnas del bien público. El princi-
pio no podía contestarse; su aplicacion era fá-
cil, no dependiendo mas que de la voluntad de
uno solo. Aunque esta opinion de que esta-
mos hablando no hubiese llegado nunca á ejer-
cer su influjo en el mayor número de los aso-
ciados, sin embargo era fuerte y poderosa por
ella misma, y nadie se atrevia á contradecir-
la. Montesquieu en Francia, Beccaria y Fi-
lanjieri en Italia, Jovellanos en España fueron
sus órganos mas elocuentes. ¡De cuantas mejo-
ras, de cuantas ideas jenerosas, de cuantas be-
llas instituciones no quedó deudora entonces la
sociedad à los trabajos de estos sábios, al in-
flujo de esta opinion!

No sucedió lo mismo después del tiempo
en que el principio de utilidad pública procla-
mado por la opinion, llevado adelante quizá con
demasiada prisa, y aplicado con demasiada je-
neralidad, dió lugar á que se trastornase de un
todo el antiguo orden político, y se llamase al
pueblo al manejo de los negocios del estado.
Entonces aquel sacrosanto principio empezó á
recibir infinitas opuestas aplicaciones: la opinion
se despedazó en mil fragmentos diferentes: ca-
da pueblo, cada individuo formó y acarició su
opinion particular: el interes privado, la ambi-
cion, los odios tomaron una parte activa en los
vaivanes de la varias opiniones; la politica de
los verdaderos filosofos quedó la misma; mas la
de la varias secciones de los diferentes pue-
blos adquirió mas formas que un Proteo: la opi-
nion no fué mas en manos de los demagogos
que un instrumento de revuelta: el pueblo em-
pezó a desconfiar de la filosofia misma y de su
política: el trastorno material de las sociedades,
pasó á sus ideas; y a este respecto, el fiat lux
de la revolucion francesa, en lugar de comple-
tar el orden del mundo, reprodujo el caos.

Echemos una mirada sobre la Francia
desde la época de su revolución hasta el tiem-
po de hoy. Se establece en ella la Repùbli-
ca. Por un momento la jeneralidad de los aso-
ciados proclama y santifica la democracia; mas
muy pronto, en el mismo seno de este nue-
vo gobierno, la opinion dominante enjendra mu-
chas opiniones: los filósofos desaprueban la apli-
cacion ciega del principio de la igualdad; los
verdaderos patriotas lloran por la suerte de la
patria ¿Cual fué, pues, la verdadera opinion
en la época de la República?—Vino despues
Napoleon. Su tirania se disfrazó bajo el man-
to de la gloria. La opinion pareció favorecer

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