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En el momento sublime, en que Na-
poleon, ahogado con una mano la anar-
quia, ponia con la otra sobre su cabeza
aquella terrible corona imperial cuyo pe-
so debia igualarse con el de todas las coro-
nas reunidas de Europa, el pueblo frances
miraba con asombro levantarse el coloso
de gloria y de poder, que iba a sal-
varle de su entera destruccion; mas, ¿no
probo demasiado por su alterior conduc-
ta, que entre todas las voluntades de
una nacion que pueden llamarse tacitas,
una sola es real y verdadera, una sola
es incontestable, una sola es perenne; a
saber, la que ecsije y establece el reco-
nocimiento de sus derechos y libertad?

Es acusado quererlo ocultar. Por
mucho tiempo, despues de una completa
mudanza en el orden politico de un pais,
sus constituciones y sus gobiernos, que
suelen ser la obra de los primeros que se
ofrecen para redactarlas y fundarlos; no
deben considerarse sino como disposi-
ciones provisionarias, para ocupar un va-
cio que el unico y verdadero lejislador
no puede llenar todavia con su obra: un
tablado en medio de las ruinas, propio
para favorecer la elevacion de una nue-
va fabrica. Mas, siempre que las varias
divisiones y partes de esta obra de cir-
cunstancia; ejecutada por la fuerza, y
admitida por la necesidad; no cubran ni
ofusquen el terreno en que tendran que
plantarse un dia las bases duraderas del
edificio social, no deben considerarse fal-
tas de utilidad.

Si bien algunos pueden hallar des-
agradable la verdad que acabamos de es-
presar, prefiriendo al conocimiento ec-
sacto de las cosas, suposiciones lisonje-
ras mas conformes con la ecsaltacion de
los principios que aparentan seguir, o
quiza con sus intereses; nosotros, firmes
en nuestro modo de ver, creemos que
nada puede ser tan indispensable; a fin
de impedir que los demagogos, bajo el
pretesto de una perfeccion ideal en las
instituciones, traten y logren de conti-
nuo alborotar a las masas; como des-
engañar a los ilusos acerca de esta ma-
teria. Para los enemigos de los progre-
sos reales de nuestros pueblos, la me-
nor falta en la conducta de los gober-
nantes, el menor lunar en los varios mo-
delos y ensayos de lejislacion que va-
yan asomando, es una razon para tras-
tornar el orden establecido. Suponen
que el tiempo ha podido ya pagarnos to-
da la deuda de la libertad; y que somos
ya capaces de gozar de lo que ella pue-

de producir mas perfecto. No es asi:
es preciso contentarse con lo que se ha-
lla a nuestro alcance; es preciso esperar;
es preciso aprovechar los trabajos de los
hombres publicos, sin ecsijirles lo imposible.

Por mas que digan los detractores
de nuestra grande y bella revolucion,
nuestros pueblos han ganado muchisimo
y progresado sensiblemente en la forma-
cion de sus habitos democraticos repre-
sentativos, y en el conocimiento de to-
do lo que se refiere a su organizacion
politica, desde la epoca feliz de nuestra
independencia. En cada paso que ellos
dan, debemos ver una promesa y una
garantia para otros nuevos. ¿Pudiera
negarse, p. e. que la ultima eleccion
de Presidente en el Peru, ha sido la
mas conforme con los principios de la
politica fundamental de Sud-America,
que se haya observado hasta ahora? Y
¿no debemos lisonjearnos de que el influ-
jo bienhechor de la paz que hemos empe-
zado a disfrutar, y los trabajos constantes
de una administracion juiciosa y bien in-
tencionada, a la sombra del orden y de las
leyes, tengan infaliblemente q' prepararnos
un periodo sucesivo aun mas feliz que el
que esta corriendo, y un nuevo gobierno;
cuando acabe la epoca designada al actual;
mas capaz de hacer el bien, que todos los
que le hayan precedido?

VARIEDADES.

SOCRATES Y XANTIPA.

No es facil esplicar como estos dos nombres,
que han llegado a ser cada uno de ellos un pro-
verbio, una antitesis opuesta entre si, se presenten,
despues de un periodo de mas de dos mil años, con
colores tan diferentes como los caracteres de
aquellos a quienes designaban en algun tiempo.
¿Por que se propone a Socrates como un modelo
a los hombres virtuosos: a los maridos, como
ejemplo de resignacion; en tanto que su mujer es
el tipo de la muer aspera y malvada? ¿No debe-
mos convenir que se han creido con demasiada
lijereza las virtudes del marido y los defectos de su
compañera?

Seria inutil pensar en destruir las preocupa-
ciones que el tiempo ha fortificado en pro del uno
y en contra del otro. La historia de esta pareja
estraordinaria nos enseña que los matrimonios dis-
cordes tenian ya lugar antes de la era cristiana.

La antiguedad nos ha dejado el retrato del fi-
lofo. Era un hombrecito feo, de nariz roma, ojos
pardos muy vivos, y un semblante sin espresion.
Conocia su fealdad, y a fuer de buen filosofo, afec-
taba reirse de ella.

No ha llegado hasta nosotros ningun retrato
de Xantipa.

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