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Antes de casarse, no hay la menor duda que
Xantipa era muy hermosa, y quizas una de las
mas bellas de Athenas, porque su marido no ce-
dia a nadie en fealdad, y vemos siempre a los
hombres de esta especie casarse con las mujeres
mas lindas. Dotada de un natural ardiente y je-
neroso, de una gran viveza de espiritu, sus moda-
les eran dulces y agradables. Aunque no muy
estendida en la burla, era muy pronta para la re-
plica. Tal era la mujer cuyo infausto destino se
vio encadenado el de aquel feo filosofo, de un ca-
racter que por naturaleza era malo, templado por
la reflecsion.

Socrates despreciaba la opinion del mundo y
se burlaba de sus usos. Xantipa, fiel a las macsi-
mas de su secso, estaba intimamente persuadida
de la importancia de uno y otro. Mientras que su
marido se dejaba llevar de su indiferencia a este
respecto, su mujer se esforzaba en atraerle por sus
gracias y su belleza. ¿Como recibia el filosofo
las caricias y las advertencias de su esposa? Sin
duda despues de haber escuchado sus observacio-
nes, argumentaba con ella, hacia un ecsamen so-
fistico, lo que bastaba para irritar a cualquiera
mujer, a menos que no fuese de marmol. Quizas
no llegase su galanteria a tanto, se burlaba de sus
importunidades, y andaba por la ciudad tan gra-
siento como antes. ¿Era posible que una mujer de
su caracter tan distinguido como Xantipa pudiese
sujetarse a este filosofico tratamiento?

Estamos informados que Socrates no reci-
bio nada de su mujer. Las gracias de su espiri-
tu y de su cuerpo fueron pues su unico dote.
¡Cuanta luz arroja esta circunstancia sobre su
vida anterior! Su belleza y sus talentos, compa-
ñeros de su espiritu y de su jovialidad, deben, sin
duda haberle atraido un gran numero de adora-
dores. Entre estos debia hallarse el amante di-
choso con quien cambio las promesas de amor
y fidelidad eternas. Pero los amantes Atenien-
ses no eran mejores que los de nuestros paises ci-
vilizados. Creemos que el amante de Xantipa, que
no tenia fortuna, le fue infiel, por casarse con una
rica heredera. En un momento de despecho, la
joven, nuestra heroina, dio una respuesta afirma-
tiva a la demanda importante de su mano, hecha
por el filosofo de nariz roma y ojos pardos.

Se nos podra objetar que lo que acabamos de
decir no pasa de una simple hipotesis, mas nos es
demostrado que es una hipotesis muy probable.

Supongamos que la joven no consintio en este
enlace sino para crearse el bien estar conyugal, y
que el filosofo no pudiese resistir la influencia de
sus atractivos. Si tal es su posicion debemos com-
padecerla. Socrates despreciaba el dinero. Ya
casado, era probable que no se conciliaria mucho
el afecto de su muger por su modesto ordinario,
y que no la ganaria asignandole para el gasto de
su casa una modica suma, aun la mayor parte del
tiempo mal pagada. Xantipa era una muger fina,
y vio claramente entonces que con toda su filoso-
fia, Socrates no era mas que un pobre marido.

El tenia talentos, ella lo sabia, capaces de ha-
cerle ganar mucho dinero. ¿Por que pues ha sa-
car de ellos partido? ¿De que le servia pues su
demonio, si no le ayudaba a pagar la cuentas del
panadero y del carnicero? Ella le hacia elocuen-
tes reconvenciones sobre la locura de gastar su
ciencia sin recibir el menor agradecimiento, y de
que permitiese a todos los simplones de Athenas

que asistiesen a sus cursos. Pero Socrates era
un verdadero filosofo, y, en lo menos que pensaba
era en los asuntos domesticos, contetandose con
que se le dejase la libertad de embobarse con sus
compañeros ociosos al traves de los bosquecillos
de la Academia, o tratar en el liceo cuestiones
abstractas.

¡Desventurada Xantipa! Cuantas veces no
maldijo el dia en que su marido dejo su oficio de
estatuario, para hacerse filosofo! ¿Deberia asom-
brarnos si, descontenta de su estado de matrimo-
nio, haya injuriado algunas veces a su marido? Y
cuando su esposo la escuchaba con paciencia, no
respondiendole sino por una sonrisa de resigna-
cion que la irritaba mas, no se le debe perdonar
de haber tomado algunas veces el primer utensilio
del menage que encontraba a la mano para rom-
per con el la cabeza del hombrecito filosofo.

Ni una palabra se ha dicho que pueda hacer
sospechar la virtud de Xantipa, y sin embargo su
memoria ha sido mas ultrajada que la de las mu-
jeres mas perversas. Ya todo esto se han atrevi-
do, porque tuvo la desgracia de casarse con un fi-
losofo, que ni siquiera le permitia la liberdad de
discutir. Con cualquiera otro hombre, hubiera
podido ella haber tenido su parte de felicidad. En
todo caso, hubiese evitado esa notoriedad tan in-
merecida, a la que los biografos prevenidos y una
posteridad indiscreta la han condenado.

EDAD DEL JENERO HUMANO.

Sabido es que los teologos estan de acuerdo
en señalar cuatro periodos que se distinguen por
las mudanzas notables que ha padecido la faz del
globo en el curso de los tiempos. La primera
epoca comprende los terrenos que han dejado las
aguas o ha producido el fuego, sin encerrar nin-
guna reliquia de cuerpos organizados. Se consi-
dera que los cuerpos organizados han aparecido
en la epoca segunda, y estos terrenos secundarios
son caracterizados por muchos fosiles o restos de
vejetales o de animales, y en ellos se echa de ver
la disminucion sucesiva de la temperatura y de
la altura del nivel de los mares. Los terrenos
de la tercera epoca presentan muchos vestijios de
especies de animales, que han poblado la tierra, y
han cesado de ecsistir y propagarse, hasta estin-
guirse enteramente las especies. En fin la cuar-
ta epoca es esta en que vivimos: los terrenos de
esta epoca solo encierran los fosiles o restos de
especies que ecsisten aun. Este periodo se dis-
tingue principalmente por la aparicion de nuevos
animales, y sobre todo de los monos y el hombre.
Dividese naturalmente en dos epocas, la una anti-
historica, que abraza todo el espacio anterior a los
mas antiguos monumentos de las sociedades hu-
manas, y la otra empieza con ellos. La epoca anti-
historica abraza, segun M. Enrique Reboul, * un
intervalo por lo menos de treinta y dos mil años:
los monumentos historicos ascienden poco mas o
menos a ocho mil años, pudiendo de este modo su-
ponerse, q' la presencia del hombre en el globo pue
de fijarse por lo menos en unos 40,000 años, q' son
un tiempo muy limitado, respecto de los que han
pasado desde la aparicion de los seres organizados.
Efectivamente estos tiempos parecen casi incon-
mensurables, sea que se calculen segun las dife-
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*En su obra intitulada: Geologia del cuarto
periodo, e introduccion a la historia antigua.

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