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la que les da el incansable maestro de
la ópera, segundado por dos hábiles afi-
cionados que han consentido en dirijirles;
hubiesen podido ejecutarlos, la primera
vez, de un modo regular. Esperamos
que despues de algunas representaciones,
el coro se haga digno de los artistas a
quienes acompaña.

Entre los nuevos líricos el prime-
ro que se ha hecho oir, en una aria y
una cavatina, ha sido el tenor. Aunque no
tenga una voz sobresaliente, sobre sacar de
ella una voz sobresaliente, sabe sacar de
ella el mejor partido; pertenece a la bue-
na escuela, que funda principalmente su
gloria en el arte de graduar la fuerza de
las notas y el empleo juicioso de los pia-
no-fortes, y posee al mismo tiempo una ac-
cion facil y graciosa que aumenta el me-
rito de su canto. Por lo poco que can-
tan los dos bajos en varios recitados y en
algunas piezas en union con los demas,
se conoce que uno de ellos es un can-
tante de primer orden, y que el otro ya
conocido entre nosotros, está decidido a
no ahorrar esfuerzo alguno para ocupar
dignamente el puesto que ocupa, y agradar
a un público q' sabrá entonces apreciarle.

Hasta la salida de Romeo, nada hu-
biera sido capaz de escitar la admira-
cion del público. La Señora Pantane-
lli ha desempeñado esta parte con la mas
asombrosa perfeccion, no menos como
cantora, que como actriz. La estension
y sonoridad de su hermosa voz de con-
tralto, a la que no faltan al mismo tiem-
po cuerdas de soprano; la pureza y cor-
reccion de su estilo; la gracia y la fuer-
za de que reviste alternativamente la es-
presion de su canto; ahora lánguido y
suave, ahora arrogante y determina-
do, y siempre claro, melodioso y segu-
ro; bastaria para asignarle un lugar dis-
tinguido aun en las tablas de los prime-
ros teatros de Europa, si bien no fue-
se dotada de una rara sensibilidad dra-
mática, y no poseyese en grado eminen-
te el arte de la escena. Los límites de-
masiado estrechos de este articulo no
nos permiten recordar todos los rasgos
verdaderamente admirables de su canto
de anoche en la parte de Romeo. Di-
remos solo muy de paso que la tierna
dulzura de su primera cavatina ejecuta-
da con una gracia y un sentimiento que
no es posible relatar, sirve a dar mas re-
salto a la enerjía de la aria que la si-
gue. Diremos que en esta, haciendo Romeo
responsable a Capelo de la sangre q' va a
derramarse, pronuncia y repite varias ve-
ces un ma con un sentido tan enerjico y

bello, y una espresiontan orijinal de ame-
naza y de terror, que no es dable oirlo
pronunciar sin admirar, sin conmoverse,
sin sentirse fuera de si. Diremos que
en los duos que canta con Giulietta y
Tebaldo, toca de tal modo los estremos
da ternura y furor que pueden inspirarse
por el amor y el odio, q' nos parece mas q'
dificil q' estas dos pasiones puedan espre-
sarse con mas gracia y enerjia de lo q' ella
lo hace. Diremos en fin q' la ultima escena,
y el ultimo duo, y sus ultimos acentos, cuan-
do empieza a sentir las ansias de la muer-
te, señalaban en nuestro concepto el gra-
do mas alto de saber musical, y del ar-
te drámatico; y que el alma que espre-
sa en las notas que canta, en todas sus
miradas, en todas sus acciones, en to-
dos sus movimientos, es mas que la es-
presion ordinaria del teatro; es la inspi-
racion del jenio; es lo ideal de la belle-
za lírica.

La Señora Rossi es digna bajo to-
dos los aspectos de serle comparada. Un
soprano arrogante q' pasa de las dos octa-
vas, un metal de voz muy puro y lleno a
la vez de fuerza y suavidad, una pu-
janza de canto que no teme dificultad
alguna, muchisimo sentimiento y gran
posesion de teatro la distinguen y le
atraen los aplausos del público, aun al
lado de la Señora Pantanelli. En su
duo con Romeo, no se sabe a quien dar
la palma entre los dos. En su plega-
ria al padre es inimitable; tanto por la
graciosa y sencilla espresion de los sen-
timientos que la animan, como por el ar-
te del canto. Sentimos no tener el tiem-
po para podernos estender mas. Con-
cluiremos pues este articulo que ya se
ha hecho demasiado largo, tributando a
toda la compañia el elojio que le es de-
bido por el empeño con que ha empe-
zado sus funciones; y con particularidad
al maestro Pantanelli que no ahorra tra-
bajo de clase alguna para corresponder
dignamente a la benevolencia del públi-
co. Reflecsionando sobre el buen écsi-
to, verdaderamente estraordinario, de la
primera representacion de la Compañia
lírica, y la idea que el dicho público
se ha formado de su mérito, nos asis-
te sobrada razon para podernos prome-
ter en lo sucesivo el goce de todo lo
que hay mas delicioso en el teatro líri-
co italiano; y nos atrevemos a decir que
a este respecto muy pronto la capital
del Perú podrá escitar la envidia de las
demas de Sud-América.

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