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periodísticas. ¡Rara ceguedad la del pobre escri-
tor protectoral, y la de alguna que otra persona
de las que pronuncian tambien en el territorio de
Chile aquellas imprudentes palabras! ¿ Cómo no
previeron estos buenos hombres que al escaparse
de sus labios esa opinion desacordada, daban ellos
mismos al insigne orador de Santiago una arma,
que al punto esgrimiria contra sus pechos, con esa
destreza inimitable de q' aquel vigoroso atleta tie-
ne dadas pruebas tan brillantes, en la catedra sa-
grada y en los campamentos, en la tribuna po-
litica y en las puebladas, en las aulas de las aca-
demias y en los tribunales militares, en las im-
prentas y en las sociedades secretas? ¿ Cómo se
les ocultó el completopanejíro de la conducta
del gobierno chileno que aquella breve y malha-
dada frase encerraba tan palpablemente en sí
misma, la confesion esplícita que hacian, al pro-
ferirla, de la sábia politic a de sus enemigos, el
apotegma en que sin saberlo publican ellos mismos
cuanto puede decirse en favor del estado de Chile,
la bella hipérbole de la justificacion y del respeto
á los derechos civiles de aquel gobierno, con que
lanzaban estos cuitados un sarcasmo tan punzan-
te contra el mismo réjimen de la Confederacion
que intentaba defender! ¡Que esceso de impre-
vision! ¡Que falta de sindéresis! ¡Cuán monstruo-
sa inconsecuencia!
Sentimos tener que confesarlo, á ley de
buena fé: pero ello es que no hemos podido pres-
cindir de este paso vergonzoso, al que involunta-
riamente nos hemos visto arrastrados por la triste
conviccion que ha traido á nuestro espíritu cada
una de las oportunísimas repeticiones del testo fa-
tal con que ha encabezado su discurso el orador
chileno. Pórque, efectivamente; ¿quién no ve que
decir, la espedicion de Chile es una quimera, vale
tanto como declarar paladinamente que la activi-
dad en el comercio crece cada dia con la confianza
en la estabilidad de Chile, que no se arranca un
brazo á la agricultura ni á la industria, que la se-
guridad individual se mantiene involable sin que
haya una sola persona violentamente separada de
los objetos de su afecto ni de sus ocupaciones,
que odas las garantías del ciudadano se veneran
escrupulosamente en medio de la dictadura; que,
en suma, Chile es la morada de la bienaventuranza
social`-- Habrá, es verdad, malsines, en nuestro
pais, ni faltará una que otra persona en Chile, [asi
lo confiesa el Araucano] que intenten obscurecer
la luz de las consecuencias que ha deducido el fa-
moso periodistahebdomadario, de la desgraciada
claúsula del Eco con que dá principio á cada uno
de los párrafos de su injeniosa y submile apolojia.
Pero, ¿qué importarán sus contradicciones? La
evidencia de los hechos y la precision de los ra-
ciocinios quedarán en posesion del triunfo: inmota
manebunt, para decir algo en latin. Por ventura
dirán estos maldicientes que el comercio no puede
prosperar, cuando se cierran los únicos mercados
de los frutos nacionales, y cuando un puerto que
gozaba el privilejio de proveer á dos grandes na-
ciones de las mercancias estranjeras ha perdido esta
ventaja por los favores otorgados en aquellas po-
tencias al comercio directo, y por la clausura de-

[Right column]

cretada contra toda importacion que tenga aquel
orijen; que la actividad del comercio no puede in-
crementarse en estado de guerra, sobre todo cuan-
do esta guerra se hace al pais que ofrecia mas vas-
to campo á las especulaciones de efectos estran-
jeeros, y era el único consumidor de los productos
del pais.-"¡Patarata! contestará el Araucano. ¿Que
vale todo esto contra vuestra conesion propia?
¿No habeis dicho que la espedicion de Chile no es
mas que una quimera? Esto, ¿que prueba? Que
no la creeis, porque nuestro comercio, en medio de
la guerra crece y se multiplica."
"¡Eh! añadirá una que otra persona. ¡Esta-
bilidad en Chile! ¡Estabilidad en este pais opri-
mido por una administracion odiosa é impopular;
en un pueblo, donde las conspiraciones se suce-
den sin intermision unas á otras, cuyo gobierno
no tiene otra ocupacion q' la de reprimir con rigo-
rosos escarmientos á la mayoria malcontenta, en
que los conspiradores no escitan otro sentimiento
que la lástima jeneral por el mal éxito de sus em-
presas; en un pais en que á estos graves acha-
ques intérnos acaba de agregar su gobierno el
azote deolador de la guerra extranjera, por sa-
tisfacer las pasiones de un furioso que le domina,
y de dos ó tres emigrados sin interés por la di-
cha de este suelo. ¿Os considerais estables, por
que habeis durado seis ó siete años? ¡Que error!
¿Deducís de la duracion la bondad de vuestro ré-
jimen? Tanto valdria hacer el elojio de las ins-
tituciones de la China, ó del sistema de gobierno
de Constantinopla, por los milláres de años que
cuenta el trono imperial de Pekin, y por los lar-
gos siglos de edad de la Sublime Puerta Otoma-
na. Si juzgais por la vetustéz de una cosa de la
escelencia de los principios que la constituyen; si,
menospreciando las lecciones de la historia, olvi-
dais que ella atestiga que el mal ha sido en to-
das partes mas durable que el bien, idos nora-
buena benditos de Dios á vivir bajo la sombra de
alguno de aquellos escelentes y antiquísimos go-
biernos. Vos , editor del Araucano , pareceis
pintado para ejercer alguna de las altas dignida-
des del imperio muslínico." -- Todas estas futili-
dades y mil otras mas podrán decirse; pero siem-
pre quedará en pie el gran argumento de la es-
pedicion quimérica, y su resplandor bastará para
pulverizar tanta sofisteria.
Y si la lijeriza del Eco no demostrarse que se
halla convicto y confenso del florecimiento mercan-
til, y del arraigamiento del actual Gobierno de Chi-
le , demostrarian cuando menos que no se atreve á
negar la tranquilidad de que gozan en medio de la
guerra los labradores, los artesanos y todos los sub-
ditos de su gobierno paternal, nacidos y por nacer.
De esta seguridad parte sin duda el error de que
la espedicion no es sino una quimera. -- Dígsase
ahora que es una cruel ironia hablar de seguridad
individual bajo un gobierno que arroja á los mas
distinguidos ciudadanos á las playas remotas é in-
hospitales de la nueva Holanda, que tortura las
conciencias de sus súbditos y aun las de los estra-
ños, condenando á los presidios, á los calabazos, ó
á la detencion forzosa á cuantos no doblan sumisos
la rodilla á sus preceptos, que persigue, encarcela

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