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Medio.
Suplemento
AL NUMERO 4.
del Atalaya.
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REMITIDOS.
CARTA SEGUNDA.
CONVENCION.
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Señores Editores. Ofrecí à UU. en mi car-
ta primera manifestar la necesidad de la publi-
cación del proyecto de Constitución antes de dis-
cutirse y sancionarse. Pero el discurso pronun-
ciado por el señor Diputado don Gregorio Guil-
len, que UU. han insertado en su número 2
del Atalaya, llama preferentemente mi atención.
Por esto es, que dejando para otra ocasión
aquel primer objeto, me contraeré à este se-
gundo.
Se hán tocado precisamente en dicho dis-
curso los principios substanciales que haciati va-
lida la elección de los Diputados del Cuzco.
Es indudable y constante que no han interve-
nido en ella ni la seducción, ni la coacción, ni
la fuerza. Las dos primeras serian obra del Go-
bierno, pero es falso que este haya interpuesto
au influjo: pudo obrar como un ciudadano inte-
resado en el bien común, pero no obró como un
Jefe. La última se manifestó pasiva sin hacer
mas que reclamar sus derechos. En otras par-
tes lo ha hecho imponiendo con aparato, sin que
se haya calificado de coacción. Estas verdades
son contestadas por todos, especialmente por la
parte mas sensata è imparcial. Si el suceso se
ha pintado de otro modo, es necesario culpar la
mala fé de sus apologistas, conviniendo que el
espíritu de facción ha podido reportar una vic-
toria à la sombra de la distancia y de las cir-
cunstancias. Lo que admira es que los mismos
electores que presenciaron el caso y decidieron
sobre él, mudos en la ocasión oportuna hayan
fabricado la realidad, è inconsecuentes à la jus-
ticia de la causa, hayan atestiguado lo contrario,
manifestando en oprovio de la confianza pública
la variedad de sus principios, y la inconstancia
de sus sentimientos.
Toda elección crea partidos, y en medio de
su contradicción es una feliz convinacion de la
condición humana que ellos mismos contribuyan
al acierto. La elección del Cuzco los tuvo des-
de un principio bajo la denominación impropia
y deshonrosa de liberales y serviles. Ni unos
ni otros eran en efecto tales. Los primeros ar-
rastrados por su conveniencia propia confundían
su personal ínteres con los alagos del sistema
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encaminándose tácitamente à su transtorno: los
otros ora por interesados en la prosperidad pú-
blica , ora por bien sentados en su posición tra-
taban de simentarlas bajo el apoyo del orden.
El Jefe de la República, como foco de lo que
vale toda ella , era el muelle principal que daba
impulso à sus movimientos: Su amovilidad debió
ser por consiguiente el objeto de los primeros,
y su sosten el de los segundos.
Un choque tal, indispensable en iguales casos,
comenzó por evitar el espíritu que en semejentes
circunstancias se llama público. Los oficiales
de los cuerpos ambicionan à unos derechos que
no se les puede disputar. Considerados como sa-
télites del partido opuesto, son rechazados por
la mesa con injuria de la ley y de los pactos
fundamentales de toda seciedad establecida. No
son rechazados por Jefes de la fuerza , puesto
que en la misma línea y de la misma clase
fueron admitidos otros. La repulsa debió irritar
su amor propio, tanto mas elástico en esta clase
de ciudadanos, cuanto parece serle caracteristico
y formar su distintivo. Uno de los Jefes adoptó,
es verdad medios estraordinarios pero no ilegales
en su apoyo, y sin poner en ejercicio la influencia
de su cuerpo, recurrió al don mas estimable
del hombre, que es la razón; su complexion
especial lo arastra à insistir en ella con impru-
dencia; pero consiguiendo moderar los progresos
de la mesa, se dejó escuchar, se consultó su
pretension. El resultado fué que los oficiales
de los batallones fuesen llamados á sufragar, sin
que su corto número pudiese inclinar la balanza
de ese lado tan temido. El colejio permaneció
el mismo con sus mismas afecciones ò inclinacio-
nes y tan autorizado como antes, legalizó sus
operaciones pasadas, entró en discusión sobre
ellas y las decidió. Un desengaño frenético se
apoderó entonces de algunos del otro partido y
frustradas sus aspiraciones entran al favor da las
circunstancias, en manejos parecidos al de la
gota de un espíritu que pone en fermentación
vehemente el tranquilo líquido de una redoma.
Se hace la elección, y recae precisamente
en personas beneméritas y acrehedoras à la
axeptacion jeneral. El público manifiesta su
agrado y los impele à desempeñar sus augustas
y nuevas obligaciones. Se desvanecen los que
se llamaban partidos, exepto en aquellos de cuyo
ínteres era atizar la discordia ò promover la
desconfianza. Es de observar en honor del pais
que una parte de estos principales no pertenece
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