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EL ATALAYA
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Al que sea virtuoso (El simbolo) Al que mal obrare y abuse
mi dedo señalará del sol por siempre lo apuntará
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Este periódico se publicára una vez á la semana. Se venderá en la tienda de don Pedro Vargas, calle de la espaderia. Se insertarán en él remitidos,
proyectos, avisos &c. Todo papel se entregará al administrador de la imprenta
con el garantido correspondiente, pagando su justo valor al mismo.
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Numero 11.) CUZCO DICIEMBRE 11 DE 1833. (Un real
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EL ATALAYA
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GUARNICION DEL CUZCO.
El nuevo batallón Pultunchára, y el segun-
do escuadrón del glorioso rejimiento Húzares,
guarnecen en la actualidad ésta capital, en reem-
plazo de los batallones primero de Ayacucho,
y Cuzco segundo lijero.
Cuando marchó cada uno de estos últimos
hácia el norte del departamento, fué grande el
sentimiento que manifestó el paysanaje. En los
semblantes llevaba cada vecino el pesar que le
causaba ésta separación. Los señores jefes y
oficiales, las clases, la banda y la tropa, de-
mostraron también el mas profundo dolor de se-
pararse del seno de sus camaradas, y de dejar
un pais donde recibieron tantos cariños y con-
sideraciones. Ya no se vió, (ni se volverá á ver
mas) ese gozo general, que se manifestaba en
todo el pueblo, cuando partían las tropas que
las oprimían; porque en tiempos anteriores, es
decir, en los de la tirania, cada jefe era tan
déspota como un Sultan , cada oficial un tirano
y cada soldado un verdugo. Los mejores ciu-
dadanos se veian hollados, las casas mas respe-
tables allanadas, los artesanos y los indíjenas
miserables, horrorosamente oprimidos.
La bondad de los jefes de los cuerpos que
merecen nuestros recuerdos, la política de sus
oficiales, y la rígida moral y subordinación de
las clases y tropa, conservaron en su estación
aquella armonía familia desconocida por el des-
potismo. Los militares no se distinguían de los
páyennos sino en el traje. Se unieron estas dos
porciones que antes estaban divididas. Llego al
fin la época en que la ilustración del siglo, há
dado energia à los paysanos, para conocer sus
derechos y los de los militares hasta sus lími-
tes. Ya sabemos que estos y aquellos, son
unos, sin mas distinción que el mérito y las vir-
tudes, y sin mas signo de diferiencia para no
confundirse, que la casaca y espada en estos, y
el volante y capa en aquellos. Sabemos que
estos han sido destinados á la guarda de la na-
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cion, respetabilidad de su gobierno y leyes, y
seguridad de los moradores del suelo peruano;
que aquellos son los que tejen las telas para
vestirlos los que labran los campos para alimen-
tarlos y los que contribuyen con el dinero y
demas recursos para sostenerlos porque los sos-
tengan. Eh aqui la diferencia. En vano se a-
fanarian ahora, algunos ciudadanos militares, en
querer probar superioridad por razón del arma.
Ésta, se de ha dado por la nación para usarla
contra el enemigo común, ò contra el del or-
den y las leyes. El ciudadano no la teme,
porque sabe, que no ha de ser oprimido, ni cas-
tigado sino cuando lo pidan la justicia y la
ley. Es claro por lo dicho, que si todavia hay
algunos militares, que quieren figurar un tono
de mucha importancia, por sobreponerse al pay-
sano, serian tenidos por quijotes, por mal edu-
cados, por muy negados de luces, y por con-
siguiente mirados con el mas alto desprecio.
El que hoy es militar, mañana es paysano, y vi-
siversa, según las circunstancias; y entonces ha-
ce aquel un papel muy triste, porque motiva
el recuerdo en éste, de lo que fué; y es me-
jor saber vivir en uno y otro fuero, manejan-
dose con política, para merecer el mismo apre-
cio en todo evento.
Igual comportamiento que el que hemos re-
ferido de los cuerpos Ayacucho y Cuzco, es-
peramos de los dos que existen en ésta ciudad,
Huzares y Pultumchara. Nos permitimos hacer
un elogio de ambos, sin que pueda llamarse a-
dulacion ni temor. El primero tiene muy bue-
na moral en orden a tropa, amor al pueblo, y
politica, respecto sus dignos oficiales. Del se-
gundo, no podemos decir todavia con mucho co-
nocimiento, pues siendo un cuerpo recientemen-
te creado, compuesto de oficiales y jefes dé otros
lugares, y aun la tropa recluta, no hemos te-
nido motivos mayores de conocerlos, ni ocasio-
nes para tratarlos. Sin embargo, nada hemos
oido decir en orden à perjuicios que hubiesen
inferido al vecindario, prueba inequívoca de la
rígida moral à que los sujetan sus señores je-
fes y oficiales. Podemos si decir abiertamente,
que es admirable el adelantamiento de éste cuer-
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