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ficio social, a virtud de un golpe tan descom¬
pasado y violento. Empero, hallando invulne¬
rable al que custodia la república, solo ha lo¬
grado la osadía, dejar impresiones dolorosas que
no se borran tan facilmente del animo de un
buen ciudadanon, de un verdadero patriota, aman¬
te del órden, del decoro y respeto de su na¬
ción. Nosotros al recordar aquella horrenda ma¬
ledicencia, no hemos podido menos de afectar¬
nos de un vivo sentimiento, y entrando a ecsa¬
minar su espíritu y su razón, nos hemos pre¬
guntado en la imparcialidad y rectitud de nues¬
tro juicio: ¿y los motivos que han suscitado una
duda tan temeraria, y las intenciones de los
que la hayan podido dar abrigo, sonn naciona¬
les, de patriotas y republicanos, o son perso¬
nales de egoistas y facciosos? Contestarémos sin
valernos de pérfidas reticencias: hablaremos
con aquella dignidad y franqueza que inspira
la buena fe que nos animan.

Para ilustrar la materia y dar alguna idea
de los fundamentos en que estriba nuestra pre¬
gunta, no hay que hacer sino salir a las ca¬
lles—pararse en las plazas, y penetrar al in¬
terior de algunos aposentos y tertulias. ¿Qué es
lo que frecuentemente oímos? El sr. N ha pro¬
cedido bien, porque debe ser consecuente con
la administración actual, porque fue íntimo de
La-Fuente—D.S. debe pensar así, porque es
partidario de Riva-Agüero—D. G, no puede
estar bien con el gobierno del jeneral Gamar¬
ra, porque es hechura de La-Mar. &c. &c.
¡Por Dios, santo! ¿Estamos en la Babel de las
facciones, o en el Perú con constitución, con
leyes propias, y con majistrados y jefes elejidos
por la soberania para hacerlas cumplir y obe¬
decer? ¿Qué significa sino tanta multitud y di¬
versidad de advocaciones con que no se hace
más que tributar el culto más impuro al egois¬
mo, al interés privado, y otras mil pasiones in¬
mundas y detestables, simbolizadas en el nom¬
bre de cada uno de esos patronos a quienes
se ha consagrado tan perniciosa devoción? ¿Y
mientras haya entre nosotros un semillero tan
fecundo de aspiraciones, de codicia y de dis¬
cordia; mientras la causa nacional y el interes
común, no se hayan de ver sino por el lado
de la vonveniencia pública, habrá derecho, ha¬
brá osadía para preguntar si los motivos indi¬
cados por un jeneral ilustre para declarar la
guerra a quien se presenta como enemigo el
más cruel de nuestra independencia, y protec¬
tor de una de las sectas que corrompen nues¬
tra sociedad; son nacionales o puramente per¬
sonales? ¿Viviendo rodeados de tanta anomá¬
lia, no será más natural, mucho más creible
que emanen de alguna de ellas los motivos que
inducen a espresar una desconfianza tan enor¬
me? ¿Qué falsa pisada, que mira sospechosa,
qué acción que desdiga del honor y dignidad
de un supremo majistrado, puede imputarsele
al jeneral Gamarra? Nosotros si ecsaminamos
su conducta la hallamos noble y jenerosa en
todas sus partes como ciudadano; franca, pa¬
triotica y legal como presidente de la repúbli¬
ca, y nada vemos aun profundizandonos has¬
ta los actos de su vida privada, que no nos pres¬
te un motivo de felicitar a la nación por ha¬
berle entregado la dirección de sus negocios.
Sino es así, si algún observador más atento y sus¬

picaz lo ha sorprendido tal vez en algún es¬
travio imperceptible a nuestra vista: ¿por qué
no lo acusa? ¿No se halla competentemente reu¬
nida en medio de nosotros la muy poderosa,
la muy tremenda soberania nacional? Si es que
en el pueblo hay temor o miramientos ¿los ha¬
brá igualmente en los individuos del congreso?
Esos mismos que han tenido bastante animo¬
sidad para hacer indicaciones vehementemen¬
te criminosas: ¿les falta patriotismo para enta¬
blar una acusación fundada, si es que hallan
en que apoyarla? Pues este es el único medio
idalgo, franco y legal de acusar a un guerrero,
a un héroe de su nación, a un supremo ma¬
jistrado: lo demás no son sino hablillas mujeri¬
les—peligros que no dejan gloria alguna—mur¬
muraciones bajas y ruines—dividir la opinion—
sembrar la discordia—emponzoñar los espíritus—
y conducirnos a la anarquia.

Ya nos parece que oímos a los imbéciles
e incensatos gritar ¡Ministerial ¡Ministerial! ¡eh!
¿No podrá la verdad salir si no es de boca de
un ministro, o está acaso vinculada en los que
mandan? ¡Constitución! ¡Constitución! contes¬
taremos nosotros: !Constitución y órden! repe¬
tiremos esternamente. ¿Hasta cuando hemos de
hacer causa y hemos de interesarnos nada más
que en la persona del que gobierna y no en quien
verdaderamente manda, y a cuyo nombre y
por quien ecsiste toda autoridad, hasta la más
elevada del estado, la Constitución? La Cons¬
titución que envolviendo en sí el órden inalte¬
rable de la sociedad, el respeto y obediencia
a los supremos funcionarios, y la cooperación
unánime de todos los miembros de aquella a
los fines a que estos están destinados; que nun¬
ca varía, y es siempre la misma, reprueba y
detesta esos ominosos partidos que distinguimos
con los nombres de los que nos han goberna¬
do. La Constitución: esta será nuestra brújula
y los principios que establece, los derechos que
consagra serán objeto eterno de nuestros es¬
fuerzos, sin adherirnos jamas a alguna de tan¬
tas ruines bandadas, que pasan de continuo so¬
bre nosotros, aunque sin causarnos otro daño
que la molestia que orijina su infernal vocin¬
gleria. El mismo jeneral Gamarra como hom¬
bre público, si ocupa nuestra atención, si ob¬
tiene nuestros votos, y merece nuestro más cor¬
dial respeto y obediencia, es tan solo en cuanto
está a la frente del partido constitucional que
sostiene y dirije con acierto y dignidad. Riva-
Agüero y La-Fuente, si fuera posible que algún
día satisfaciesen los gravísimos cargos que se
les hace, y quedando legalmente absueltos se
les repusiese en los derechos y preeminencias
de que la ley los ha privado; nosotros seríamos
los primeros en inclinar profundamente la ca¬
beza, adorando el soberano poderio de la Cons¬
titución, único capaz de obrar tan estraordi¬
nario portento.

Tal es nuestra profesión de fé política, con¬
cebida en ódio a las maquinaciones e intrigas
de los que quisieran a cada paso ver repetido
en el Perú un funesto ejemplo de revoluciones
succesivas, ilegales unas, justísimas otras, que
no han dejado hasta ahora concluir al jefe su¬
premo el tiempo que la ley designa a su ad¬
ministración. ¿Entónces como se madurará fruto
ninguno, ni que podremos echar en cara a
nuestros gobernantes, si nosotros damos al mun¬

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