El Observador Imparcial

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do una muestra tan eminente de desmoraliza¬ ción y de incivismo?

Todo el que lea la historia con alguna reflecsión, se convencerá de que si las revolu¬ ciones de los pueblos han tenido más de una vez un término funesto, ha sido porque pose¬ yendose de ellos el espíritu de facción, las mi¬ ras del interés público fueron sacrificadas a in¬ tereses personales y del momento, o a vengan¬ zas particulares hijas del resentimiento o de la envidia. En efecto: las facciones destruyen el espiritu público, trastornan las leyes, desairan o hacen nula la autoridad, fomentan los ódios particulares, alimentan el espíritu de venganza, hacen nacer la desesperación, producen la anar¬ quía, y al cabo, o llevan las naciones a su ruina, o un tirano afortunado remacha los grillos de la esclavitud. ¿Y no habrá algún medio de apar¬ tar de nosotros para siempre este cuadro hor¬ rible con que nnos amenaza la pugna continua del interés privado con el bien jeneral? ¿no ha¬ brá arbitrio para unir estos dos intereses y com¬ poner de todos los partidos una sola comunión política? Si lo hay: la Constitución: no que¬ rámos, no ejecutémos más que lo que ella quiere y manda, y entonces será cuando acordados los intereses, la sociedad nos ofrecerá todos sus encantos y seremos felices. Una completa y vo¬ luntaria sumisión a la ley producida del con¬ vencimiento y persuación de su justicia: he aquí lo que coompone la fuerza moral de los estados y lo que en todo el rigor de su sentido hace que tengamos patria. Empero, una fatalidad de partido nos puede robar aquel bien de que ahora más que nunca necesitamos: los pueblos que hoy se congregan bajo la mano del gobierno en toda la estensión de la república por leyes protectoras de sus derechos y de su libertad, pue¬ den ser detenidos en su marcha y aun estra¬ viados por la poca conformidad, que se el fruto de las parcialidades y de los partidos: aquel vi¬ gor que dá la confianza se debilitará por gra¬ dos, y la redención del pueblo peruano que ha sido obra de tantos años de amargura, de tra¬ bajos y de contrastes, sufrirá peligros que este pueblo noble y digno de ser considerado hasta el estremo, llorará sin esperanza algún día en que los padres dirán a sus hijos en su deses¬ peración.

,,Hubo tiempo, hijos mios, en que nuestra nación tubo oportunidad de ser libre, y dejarme a mí y a mi jeneración feliz en el goce de mis derechos, y en efecto, se inntentó y llevó al cabo la obra: encontraron y escojieron hombres que eran capaces de labrar su dicha; todo lo hi¬ cieron a medida de su gusto y de sus necesi¬ dades: el Perú, hijos, nos dice la historia de aquel tiempo, tubo un momento en que pudo decir y dijo: soy feliz; pero después, partidos, opiniones interesadas y ajenas del bien, la dis¬ cordia, en una palabra, inoculó esta masa de ciudadanos en que cupo tan noble pensamien¬ to: el veneno cundió, y volvió, como lo veis, en vuestra casa, en vuestro pueblo, en cuanto al¬ canzais con la vista, volvió atras, y la calamidad pública que habia auyentado, se apoderó otra vez de nuestros hogares y de nuestros corazo¬ nes; empezamos de nuevo a llorar, y nacisteis como todo vuestros paisanons en el lecho del dolor y de la misería. ¡Maldición eterna a los que estorbaron que aquel bien llegase hasta

nosotros! ¡Eterno opróbio a los que así le ro¬ baron al pueblo peruano su dicha, e impidie¬ ron su egrandecimiento! ¡Sed inflecsibles en trasmitir este ódio a vuestros hijos, y decidles, que un día la benéfica providencia los vengará!"

De fuera vendrá Quien bueno me hará.

Vaya de cuento, sr. público, que en algo hemos de pasar el tiempo, y aunque algunas jentes, frunzan las cejas.

Había en cierta ciudad de cuyo nombre no me acuerdo, allá por los años de mil y tantos, una familia numerosa, que de muy opulente que había sido, caminaba a largos pasos a la misería. Hacia años que con motivo de la pérdida del padre, habían quedado encargados en la con¬ servación y dirección de la citada casa unos albaceas o testamentarios que los hijos del di¬ funto nombraran, por su mala ventura, para el efecto insinuado. Concibieron ellos en los pri¬ meros días las mas lisonjeras esperanzas; pero muy pronto desengañados por los sucesos, de su mala elección, se vieron precisados a nom¬ brarse curadores, a fin de remediar, si era posi¬ ble, los males, y desórdenes que los primeros les habían acarreado.

En efecto, encargaronse los nuevos apode¬ rados del gobierno de la casa, y muy breve advirtieron que la hacienda menguaba; las pose¬ ciones desaparecían, y todo caminaba con la mayor rapidez a su ruina. Desesperados elijen segundos curadores; más aunque ciertamente estos fueron infinitamente mejores que los pri¬ meros y sus antecesores, tal era el desconten¬ to, y tales los recelos que la familia había conce¬ bido, que renunciando a ventajas muy conoci¬ das, insisten de común acuerdo en que debían ponerse en otras manos.

Como la esperiencia hace cautos a los hom¬ bres menos advertidos, trataron de aconsejarse préviamente de algún hombre de pró, a fin de tener mejor acierto que en las veces anteriores. Efectivamente consultan el negocio con un an¬ tiguo amigo de la casa, que poco más o menos les habló en estos terminos.

"Yo señores, conozco que el aconsejar con tino en materia tan grave cual es depositar en otras manos bienes de tanto valor como los que ustedes desean conservar, es asunto muy árduo, y que merece bien la pena de meditarlo. Más, diganme ustedes ¿qué causa los mueve a tomar la determinación de poner la dirección de su casa a cargo de otras personas? Los que ahora la dirijen no son honrados, amantes del bien, y sobre todo, no observan relijiosamente las dis¬ posiciones testamentarias que dejó hechas su di¬ funto padre de ustedes? Me dirán, que aunque es cierto lo dicho, como no son felices en sus especulaciones, la hacienda se disminuye, en vez de prosperar, por lo que la familia reporta graves males; pero yo les contestaré que es pro¬ bable sea en mucha parte efecto de las cir¬ cunstancias, lo que ustedes atribuyen esclusiva¬ mente a falta de intelijencia y actividad. Yo veo como ustedes que pudieran mejorar; ¿pero quién les asegura del ecsito? contentense que algún día se tengan que arrepentir muy deberas, y acuér¬ dense ustedes de aquel adájio que dice: de fuera vendrá quien bueno me hará."

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No agradó a los jóvenes el consejo del an¬ ciano, ni menos quisieron tomarse tiempo pro¬ porcionado para meditar en la materia; y así sucedió, que elijiendo de entre los conocidos de la casa, el que les pareció mejor, no bien había pasado algún tiempo, cuando viendolo todo en mucho peor estado del anterior, maldiciendo su infausta estrella, se decían los hermanos recí¬ procamente: !Oh, y que mal hicimos en no haber tomado el consejo que nos dieron! ¡ojalá que siempre hubieramos tenido delante de los ojos el proverbio que nos dijo aquel buen anciano!

El cuento ya está dicho; a U. sr. PÚBLICO toca ahora hacer la aplicación y aprovechar el consejo.

DOCUMENTOS RELATIVOS a la caida del jeneral La-Fuente.

(CONTINUACIÓN.)

Entre tanto manda seguir al resto del bata¬ llón a la plaza, con dos piezas de artillería que pedí del cuartel de esta arma, y con sola esta medida se tranquilizó el pueblo, desaparecie¬ ron los conjurados, y el vecindario reposó con la serenidad que es constante.

Como la falta de fracas esplicaciones podía ocasionar recelos de parte del perseguido, me he constituido en esta fortaleza con toda la tropa que ha estado á mis órdenes, mientras V. E. lla¬ mado por la ley, para encargarse de las riendas del gobierno, libre las providencias que estime convenientes a la unidad de las fuerzas que se ha¬ llan divididas, y á la tranquilidad pública, por la que haré los sacrificios que V. E. me or¬ dene.

Yo espero que mis conciudadanos me ha¬ rán la justicia de confesar que mis medidas han salvado sin duda la ecsistencia del vice-presiden¬ te, quien en mi concepto iba á ser víctima del desenfreno popular. Me prometo también que jamás me acusarán de ambicioso, pues me so¬ meto á la autoridad legal de V. E., del soberano congreso, de S. E. el jeneral presidente a quien con esta misma fecha elevó el parte de todo lo acaecido hasta esta hora—Dios guarde a V. E. J. B. Eléspuru.

Nota á que se refiere la anterior comunicación del sr. Prefecto, dirijida al jeneral La-Fuente.

Excmo. Sr. jeneral Vice–Presidente de la República—Lima abril 16 de 1831, á las ocho de la noche.

El tumulto popular que en este momento se observa en la capital con solo el objeto de atacar la ecsistencia de V. E. pues á voces pi¬ den su cabeza, me ha obligado á ofrecer á los amotinados, hacerlo salir del país á fin de con¬ tener el desórden que amaga á toda la ciudad. Por este principio he tomado del batallón Ze¬ pita, la compañia que pasa á casa de V. E. con órdenes de escoltarlo hasta el Callao, des¬ de donde podrá tomar sus providencias, que¬ dando yo entre tanto encargado de conservar el órden del modo que demanden las críticas circunstancias en que nos hallamos—Dios guar¬ de á V. E.—Excmo Sr.—J. B. Eléspuru.

República Peruana—Lima abril 17 de 1831— Sr. jeneral Prefecto.

La gravedad misma del asunto de que V. S. me habló en su apreciable nota de esta mañana, demandaba toda la consideración del consejo de estado para que lo tratase con la circunspección propia de su sabiduría. Habien¬ do acordado la pronta reunion de las cámaras lejislativas, ha tomado el único temperamento capaz de conciliar todas las dificultades; pues sola la representación nacional, usando de la plenitud de su poder constitucional, podrá li¬ brar las providencias que calmen cualquiera efervescencia que en estas circunstancias pu¬ diera haber. Ella se reunirá mañana, y me per¬ suado que en el corto tiempo que medie, debe la vecindad de esta capital descansar en el ho¬ nor de V. S. y de los dignos señores oficiales, que interesados en la conservación del órden público no cesarán de velar sobre la tranqui¬ lidad jeneral.

Es cuanto puedo esponer a V. S. en con¬ testación á su estimada nota que se me acaba de entregar; suscribiendome su atento, obse¬ cuente servidor—Andres Reyes—Señor jeneral Prefecto del Departamento D. J. B. Eléspuru.

Prefectura y comandancia jeneral de las armas. Cuartel de Santa Catalina, abril 18 de 1831— Al Excmo Sr. Presidente del Congreso.

Excmo Sr.—Como la ley dispone que en defecto de Presidente y Vice–Presidente se en¬ cargue provisionalmente de las riendas del go¬ bierno el Presidente del Senado, y en su rece¬ so, el del consejo de estado, me he sometido repetidas veces á la autoridad legal de que se halla V. E. de hecho investido, por la fuga del jeneral Vice–Presidente de la república: y sin embargo de que por la influencia de algunas opiniones particulares se ha dejado á la nacion en acefalia contra el espíritu de la misma ley fundamental, no por eso dejaré de dar á V. E. cuenta de las ocurrencias notables que merez¬ can su supremo conocimiento.

Es de este órden la de haberse puesto á mis órdenes los castillos del Callao, el batallón de este nombre que los guernece, y las tres compañias con que el sr. jeneral don Guillermo Miller intentó encender la guerra civil y acaso la anarquía, retrayendose al castillo del Sol con los señores jenerales don José Rivadeneyra, don Francisco de Paula Otero y don Manuel de Aparicio.

Al aprocsimarseles, el día de ayer, una par¬ tida de tropa que hice marchar sobre ellos, se han entregado pacíficamente, y esta misma juiciosa conducta me ha obligado á permitirles se restituyan á sus cuarteles bajo la garantía de su palabra de honor, y de las protestas que han hecho de marchar de acuerdo conmigo, con sumisión á la carta nacional, al soberano congreso, y á S. E. el jeneral Presidente Gran Mariscal D. Agustin Gamarra—Tengo, pues, la honra de elevarlo todo á la suprema inteli¬ jencia de V. E. para su gobierno, asegurandole el respeto con que soy su atento, obediente ser¬ vidor.—J. B. Eléspuru.

IMP. REP. DE CONCHA.

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