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(Núm. 47.) JUEVES 31 DE OCTUBRE DE 1850. (Un real)
LA REVISTA.

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DIARIO DE POLITICA ECONOMICA, CIENCIAS, LITERATURA, RELIGION, ARTES, etc.

LA REVISTA.

LIMA, OCTUBRE 31 DE 1850.

No sabemos hasta que punto podrá haber satisfecho
á nuestros lectores el trabajo que en diferentes ocasiones
hemos emprendido sobre algunos establecimientos pia-
dosos de esta capital. Sucede por lo comun que esta
clase de escritos no inspiran un gran interes en el mis-
mo punto donde se dan á luz, porque apenas podrá con-
tarse quien no conozca tan importantes instituciones, su
sistema, sus recursos y el estado presente en que se ha-
llan; pero, sí pudiera no ser oportuno presentar estos
trabajos á los ojos de las muy pocas personas que igno-
ren la existencia del objeto de ellos ó ciertas particula-
ridades de su réjimen, acaso no será tan inútil dar una
idea de dichas instituciones, del orijen y bases de su
fundacion, &a. en los puntos del extrangero donde nada
de particular tendria que se desconociesen de un modo
exacto. Sirva pues, este propósito de excusa válida pa-
ra que nuestros lectores de la capital nos disimulen si
no les dedicamos tan directamente unas líneas donde so-
lo deberán encontrar la imperfecta repeticion de lo que
saben.

Cerciorados del esmero con que la Junta de Bene-
ficencia acude á las necesidades de las instituciones que
tiene á su cargo, para lo cual nos habia bastado exami-
nar las que nos han dictado otros artículos anteriores,
deseábamos consagrar algunos momentos á la visita del
hospital de Santa Ana, casi persuadidos de obtener los de
mismos resultados. En efecto, tino de los últimos do-
mingos del pasado Setiembre, dejamos satisfecho esle
deseo, y por cierto que nuestras esperanzas no queda-
ron logradas menos cumplidamente.

Si nos redujésemos á la sola mencion del estado en
que se halla cada uno de aquellos departamentos, pronto
habriamos terminado nuestra tarea; porque bastaba pa-
ra esto decir que poco ó nada falta en ellos de cuantos
requisitos comprende un hospital bien montado y aten-
dido. Mas antes de entrar en los pormenores de su si-
tuacion presente nos vamos á permitir dos palabras
acerca de su orijen y de sus fundadores, porque acaso
esta pequeña digresion pudiera por lo menos ser curiosa.

El hospital fué fundado exclusivamente para indios
con el nombre que hoy lleva y su planteamiento data
desde el año de 1548, esto es, á los 15 años de haber en-
trado Pizarro en el Perú, y á los 13 de la fundacion de
Lima: esta noticia de su remota antigüedad se vé por
una notable inscripcion que lleva el sepulcro de su fun-
dador en una covacha á la izquierda en el salon de San
Pedro, cerrada con una baranda y puerta de madera y
dentro de la cual se descubre una efijie de la virjen del
Rosario. Dicha inscripcion dice:

El Ilmo. y Rmo. Sr. Don fray Gerónimo de Loay-
za, arzobispo de esta ciudad de Lima, fundó este hospi-
tal de Santa Ana y le dotó á sus expensas el año de 1548.
Consiguió el jubileo que goza. Erijió la iglesia del
hospital en parroquia bajo de ciertas condiciones en 18
de febrero de 1570. Murió en esle hospital en esta ca-

FOLLETIN.

DOÑA URRACA DE CASTILLA.
MEMORIAS DE TRES CANONIGOS.

—Ramiro, siéntate: vas á ser franco conmigo. Sé que
no tienes madre: yo quiero serlo tuya. Para abrirte el ca-
mino de la franqueza, principiaré por decirte, que vinien-
do yo de Lugo esta mañana, mandé á Santiago desde el
monte del Gozo un caballero que anunciase mi llegada al
obispo. Creía yo.... mas ahora nada nos importa lo que
yo creyese. Aguardando estaba la vuelta del caballero,
y como tardase mas de lo que yo me figuraba, á corta
distancia de donde nos habiamos parado vi una ermita
nueva entre los árboles y á ella me dirigí en compañía de
una de mis dueñas, con ánimo de hacer oracion por el
bien de mis vasallos, y por el eterno descanso de otro á
quien tu has recordado. En la ermita habia dos muje-
res oraban con mucha devocion: la mia fué breve;
tenia grande impaciencia por saber qué novedades ocur-
rian en Santiago, donde la noticia de la llegada de la Rei-
na no despertaba de su letargo á la silenciosa ciudad. Lla-
mé á una de aquellas mujeres, le hice algunas preguntas,
y como no me conocia, me informó al instante de que
aquella compañera era su hija, que iba á casarse con un
paje del obispo llamado Ramiro Perez, huérfano y anti-
guo vecino suyo. Me interesó desde entonces vivamente
aquella conversacion: llamé á Munima, y quedé sorpren-
dida al verla tan modesta, tan discreta y tan hermosa: pre-
gunté á la madre si habian fijado dia para la boda, y me
contestó que no, que los dos jóvenes se amaban tiernamen-
te desde niños, y que habiendo conocido don Diego Gelmi-
rez á Munima por aquellos dias, y sabiendo la aficion que
mutuamente se tenian los dos muchachos, ayer les habia
anunciado que tomaba el casamiento bajo su proteccion,
y tal fué el júbilo de la madre y de la hija, que habian
prometido venir á pie nueve dias seguidos á la ermita de
Santa Cruz para dar gracias al Todopoderoso por el gran-
de beneficio que les dispensaba.

ma, entre sus pobres enfermos en 26 de octubre de 1575
y se sepultó en la Iglesia de este hospital.

En los pueblos modernos donde mas se blasona y se
publican las dotaciones de particulares á los estableci-
mientos benéficos, acaso no seyncuentre un ejemplo de
mas acendrada piedad que la que estas breves palabras
demuestran. El fundador de un hospital, que á sus ex-
pensas lo crea, que lo destina exclusivamente á la clase
que entonces emprendía su nueva civilizacion, y que á
mas de esto vive, muere y hace que su sepultura quede
en el mismo edificio y entre ios mismos desdichados á
quienes tendia su brazo paternal, este gran maestro de
los que pretenden imitar la sublime doctrina de Jesucris-
to, no creemos que haya tenido muchos imitadores.

Con mas ó menos alternativas en su órden y admi-
nistracion interior ha seguido este hospital por espacio
de tres siglos, hasta hace ocho ó diez años que se la in-
corporó el de Santa Maria de la Caridad, exclusivo pa-
ra mugeres sin distincion de razas y donde estaba la ca-
sa de locas, el cual por su mala localidad y otros incon-
venientes pasó á aumentar el de Santa Ana. No care-
ció tampoco aquel establecimiento de bienhechores pia-
dosos que le dedicasen sus mas solícitos cuidados. Tres
retratos de estos, de cuerpo entero, que adornan hoy la
sala de Santa Isabel, llevan al pié los siguientes apuntes,
que no sin mucho trabajo pudimos descifrar. En el
primer cuadro se lee:

Juan Lucas Camacho, natural de la villa de Fuen-
labrada en la provincia de Estremadura, de los reinos
de España; vecino de esta ciudad de los reyes del Perú,
cónsul del tribunal del Consulado, benefactor insigne de
este hospital de Santa María de la Caridad, y su mayor-
domo desde el año de 1727 hasta el 2 de Setiembre de 1757
que enfermó gravemente y murió á 14 de junio de 1759,
siendo de edad de 85 años y tres meses.

Otro cuadro colocado en el lienzo de pared fronte-
rizo, contiene en letras casi horradas por el tiempo, es-
tas palabras:

El Sr. Dr. Don Juan José de la Herreria y Velasco
graduado en sagrada Theolojia, natural de Lima, cura
que fué de las doctrinas de Llumay, Siguas, Tapú, San
Mateo y Lurigancho, racionero de esta Santa Iglesia
metropolitana; examinador [?] de este Arzobispa-
do; muchos años preceptor [moral?] y lengua índica, be-
nefactor insigne de este Hospital Real de Santa María
de la Caridad, murió el dia 20 de Julio de 1796 á la
edad de 85 años.

Ultimamente, el tercer lienzo dice así:

Ilustrísimo Sr. Dr. D. Juan de Dios Benavides,
caballero del órden de Santiago, Dean gue fué habiendo
obtenido todas las dignidades de esta Santa iglesia Me-
tropolitana, comisario apostólico, subdelegado general
de la Santa Cruzada de estos reinos y provincias; Vi-
cario general dos veces en Sede vacante, Juez ordinario
del Santo oficio que fué, Capellan de Santa María de la
Caridad cuando vino el enemigo inglés el año 24. Estu-
vo electo inquisidor de Cartajena, vireinato que fué de
Nueva España; procurador general de todas las Cate-

—¿Y V. A….. aprueba mi casamiento? preguntó
Ramiro con timidez.

—Si un hijo mio, respondió la Reina, me diese el en-
cargo de buscarle compañera de toda la vida, procuraria
encontrar una princesa que se pareciese á Munima.

—En tal caso, señora, dijo Ramiro con turbado acento,
mañana tendré yo esta dicha

—¡Ah! ¡lo dices así, tan triste....!

—!Oh! no.

—¿Tu no la amas, Ramiro?

—Podré amarla algún dia.

—Pero ¿ahora no? En tal caso, prosiguió la Reina
conmovida, yo le diria á mi hijo: espera á quererla.

—¡Esperar! ¡esperar, señora, cuando me dan á elegir
en tan breve plazo su mano ó la cogulla!

—¿Y eso me cuentas á mí, repuso la Reina con visible
agitacion, cuando otra muger sin duda es la que te impide
aceptar ninguno de los dos partidos?

—¡Otra mujer! esclamó Ramiro, osando mirar á doña
Urraca, aunque de reojo.

—¿No recuerdas haberme hecho antes de ahora confe-
sion de tus amores?

—No: jamás de mis labios ha salido....

—¿Has olvidado á la bastarda de Trava?

—¡Ah!

—¿La has olvidado? repitió la Reina con ahinco.

—¡Nunca, señora, nunca!

—Pues bien, ella es la causa de que no ames á Munima.

—¡No, ella no! repuso vivamente el paje.

La Princesa, que veía su turbacion y encogimiento,
estuvo á punto de preguntarle: ¿pues quién?

Pero lo veía muy claramente para hacerle semejante
pregunta. Amábale con un afecto demasiado puro, para
no ser modesto, detenido y ruburoso, y esta generosa con-
ducta era la prueba mas concluyente del cambio que se
habia verificado en su espíritu. Era el primer amor que
doña Urraca trataba de sofocar dentro de su mismo pecho;
era el primer amor que le infundia, no solo la idea de la
virtud, sino también la del sacrificio.

Pero este sacrificio no fué un acto espontáneo y fácil, ni
se hizo á poca costa: para guardar silencio, para contener
aquellas dos palabras en los ardientes labios de donde iban

drales de este reino. Fué liberalísimo y misericordioso
con los pobres en tan sumo grado que N. ., dispuso pa-
ra mas ejercitarse su caridad fuese patron de este Santo
Hospital; y por sus loables memorias el maestre de cam-
po Don Luis Antonio del Castillo y Cavero, tesorero
general de la Santa Cruzada, dió por patron del tiempo
la verdadera copia de su venerable persona sobre la lo-
sa á que en este lugar están reducidos los despojos de su
muerte, cuya alma piadosamente se puede creer habita
los cielos. Dejó esta tierra á 20 de agosto de 1676.

Hemos dicho que Santa Ana fué fundado para in-
dios de ambos sexos; pero con el transcurso del tiempo
y con los otros establecimientos que se le han ido agre-
gando ha quedado exclusivamente destinado para mu-
geres. Las secciones en que ahora se divide son tres,
á saber: el Hospital propiamente dicho; la Casa de Ma-
ternidad y el Hospicio de las dementes, erigido en 1830
é incorporado en 1841 con el de la Caridad. El espacio-
so edificio que ocupa el Hospital, tiene hasta 13 anchos
y bien ventilados salones con cerca de cuatrocientos
catres, de los que hay mas de una tercera parte de hier-
ro y el resto son covachas, cómodas y limpias, pero que
se van reemplazando con catres como los anteriores.
Cada uno de estos catres tiene sus colgaduras, en las
cuales se fija la tarjeta con el régimen dietético que ha
de observar la paciente, atendida por los mejores profe-
sores de Lima. Todas las demás piezas destinadas á
depositar ropas, colchones &a, se hallan en un estado
perfecto de aseo, y quien no supiese el objeto de cada
una de aquellas habitaciones, no creeria visitar un hos-
pital; pues nada se encuentra que lo revele á la vista ni
al olfato. Sin embargo, notamos algunas cosas que ne-
cesitarian reforma, y otras una completa renovacion; por
egemplo, la cocina económica es muy defectuosa, y ni
creemos que economice tanto como se pudiera, ni el hu-
mo que arroja puede ser de provecho para ciertas en-
fermedades si llega á esparcirse por las habitaciones;
pero lo mas esencial son los baños y sobre todo en la
estacion que se nos aproxima, ó en la que ya se puede
decir que estamos. Estos necesitaran acaso hacerse
completamente de nuevo, y es cosa que en nuestra opi-
nion no deberia descuidarse. Tambien creemos muy
esencial la obra que se proyecta de la azotea para dejar
el patio desembarazado de la ropa tendida, quo lo obs-
truye y evita mayor entrada de aire libre en las habita-
ciones que tienen á él correspondencia. Por lo demás,
el labadero es muy bueno, y los pozos para labar la la-
na excelentes. Con respecto á las enfermedades que
prevalecen en esta época, la mayor parte corresponde á
la medicina, y segun se nos aseguró no hay ninguna
enfermedad de contajio. De los apuntes que hicimos
acerca del personal del establecimiento, sin incluir los
empleados superiores, resulta que están al cuidado de
las pacientes, hasta veinte criadas. La existencia de
enfermas desde 1.° de enero de este año hasta el 27 de se-
tiembre, dia en que tomábamos esta noticia, ha sido de
328, y el movimiento de entradas, salidas y fallecimien-
tos, el que se expresa por el siguiente cuadro:

í precipitarse al abismo de sus pasados errores y torpes
estravíos, tuvo que sostener la Reina una lucha breve, pe-
ro violenta y terrible con su corazon. Bullíale el pecho
estremecido bajo sus blandos cendales; mil fuegos que le
subian de las entrañas quemábanle el rostro; cruzaban
por sus ojos nubes arreboladas y fugaces que la desvane-
cian, ysu conciencia recientemente ilustrada era la única
que con voz inflexible en tan amargo trance la sostenia.

—¡Oh! Para tornar á ser lo que he sido, debo comen-
zar por olvidar á Bermudo, y ¿cómo es posible olvidarlo,
teniéndole presente en el acento y en las facciones de Ra-
miro?

Esta reflexion acabó de empujarla atrás con mano fuer-
te, haciéndola volver del precipicio á que se habia aso-
mado.

—Hijo mio, repuso doña Urraca, disimulando su con-
mocion con aquel tono de maternal cariño: ¿quieres de-
cirme de qué nace el empeño del obispo en casarte con
Munima?

—No es del obispo el empeño, señora, es de mi madre,
que al morir ha dejado todos mis bienes á la santa iglesia
del Apóstol.

—¿Y tu nada has heredado?

—¡Nada! Es de mi madre, prosiguió, que al morir ha
revelado al obispo que no puede armarme caballero.

—No, Ramiro, eso no puede ser, esclamó doña Urraca:
don Diego te engaña.

—Señora, respondió el paje con firmeza y dignidad: no
habléis así de mi señor. Despues de la palabra de Dios,
no sé de otra mas firme y verdadera que la suya.

—Pues si no te engaña el obispo, repuso la Princesa
con acento de profunda conviccion, aquí hay un misterio
que no es difícil comprender. ¿Sabes tu lo que es fuero
de manería?

—Si mal no estoy enterado, es heredar el señor todos
los bienes de los que finan, no dejando hijos.

—¿Y sabes tu que á no ser en virtud de este fuero que
obispo, como señor de Compostela, no has podido
ser desheredado?

—El fuero, señora, aquí no tiene aplicacion; toda vez
que mi madre al morir ha dejado un hijo que debia here-
darla.

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