Crónica de una muerte anunciada

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gabriel garcia marquez

CRONICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

La caza de amor es de altanería Gil Vicente

Original corregido por gabo.

Last edit 3 months ago by Delilah Carreño Ricaurte
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EPILOGO

Poco antes de morir, Alvaro Cepeda Samudio me dio la soluci[ón] final de este libro. Yo había vuelto de Europa después de un viaje muy largo, y estábamos en su casa de domingos frente al [m]ar miserable de Sabanilla, cocinando su legendario sanchocho de mojarras de a dos mil pesos. -- Tengo una vaina que le interesa -- me dijo de pronto -- : Bayardo San Román volvió a buscar a Angela Vicario.

Tal como él lo [deleted] esperaba me quedé petrificado. "Están viviendo juntos en Manaure -- prosiguió --, viejo[s] y jodidos, pero feli[c]es". No tuvo que decirme más para que yo comprendiera que había llegado al final de una larga búsqueda.

Lo que esas dos frases [deleted] querían decir,/ [era] que un hombre que había repudiado a su esposa la noche misma de la boda, [deleted] había vuelto a vivir con ella al cabo de [23] años. Como consecuencia del repudio, un grande y muy querido amigo de mi juventud, [señalado] como autor [de un agravio que nunca se probó], había sido muerto a cuchilladas en presencia de todo el pueblo por los hermanos de la jóven repudiada. Se llamaba Santiago Nasar, y era alegre y [gallardo,] y un miembro prominente de la comunidad árabe del lugar. Yo había sido uno de los 15.000 testigos del drama, y uno de [deleted] sus protagonis-

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tas de última hora, y mi madre tenía un parentesco lateral con los autores del crimen y era la madrina de bautismo de Santiago Nasar. Esto ocurrió poco antes de que yo supiera qué iba a ser en la vida, y sentí tánta urgencia de contarlo, que tal [v]ez fue el acontecimiento que definió para siempre mi vocación de escritor.

A quienes primero se lo conté fue a Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor, unos cinco años después, en el burdel de alcaravanes de la Negra Eufemia. Para entonces ya había resuelt[o] ser escritor, y me padre me había dicho: "Comerás papel". Durante años soñé que rompía resmas enteras y me las co mía en pelotitas, y nunca era el papel sobrante de los periódicos donde trabajaba entonces, sino un muy buen papel de 36 gramos, áspero y con marcas de agua, tamaño carta, del que seguí usando siempre desde que tuve dinero para comprarlo. Sin embargo, Alfonso Fuenmayor y Germán [deleted] Vargas coincidieron en que la historia del crimen era digna de ser escrita, aunque fuera comiendo papel. "No importa que sea [deleted] inventada -- me dijo Alfonso Fuenmayor --: asi las inventaba Sófocles, y fíjese lo bien que le quedaban". Más tarde, cuando regresó [deleted] graduado de Columbia University, Alvaro Cepeda Samudio estuvo de acuerdo, pero me [deleted] previno sin reticencias.

-- Lo único peligroso -- me dijo -- es que a esa historia le falta una pata.

En efecto, le faltaba el final imprevisible que él mismo me contó [23] años después del crimen, pero entonces era imposible

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imaginarlo. Germán Vargas, con su prudencia congénita, me aconsejó que esperara uno o dos años hasta que tuviera la historia mejor pensada. Yo no esperé ni uno ni dos, sino 30 años [más]. No fue una demora excepcional, pues nunca he escrito una historia antes de que pasaran por lo menos 20 años desde su origen. Pero en este caso la razón era más consciente: seguía buscando en la imaginación la pa[t]a indispensable que le faltaba al trípode, tratando de inventarla a la fuerza, sin [pensar] siquiera que también la vida lo estaba haciendo por su cuenta y con mejor ingenio. Fue [don] Ramón Vign[y]es [deleted] [deleted] quien me dio la fórmula de oro. -- Cuéntela mucho -- me dijo --. Es la única manera de [descubrir] [deleted] [lo que una historia tiene por dentro]. Por supuesto, seguí el consejo. Durante muchos años conté [deleted] la historia al derecho y al revés por todas partes con la esperanza de que alguien le encontrara la falla. Mercedes, que la recordaba a pedazos desde muy niña, la volvió a armar por completo de tánto [deleted] oirla, y terminó por contarla mejor. Luis Alcoriza se la hizo grabar en su [deleted] casa de México en una época en que todo el mundo era jóven. A Ruy Guerra se la conté durante seis horas en un pueblo remoto de Mozambique, una noche en que los amigos cubanos nos dieron de comer un perro de la calle haciéndonos creer que era carne [deleted] de gacela, y ni [deleted] aun asi pudimos descubrir [el elemento que] [le faltaba]. A Carmen Balcells, mi agente literario, se la conté muchas veces durante muchos años, en trenes y avio-

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