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tas de última hora, y mi madre tenía un parentesco lateral
con los autores del crimen y era la madrina de bautismo de
Santiago Nasar. Esto ocurrió poco antes de que yo supiera
qué iba a ser en la vida, y sentí tánta urgencia de contar-
lo, que tal [v]ez fue el acontecimiento que definió para siem-
pre mi vocación de escritor.

A quienes primero se lo conté fue a Germán Vargas y Al-
fonso Fuenmayor, unos cinco años después, en el burdel de
alcaravanes de la Negra Eufemia. Para entonces ya había re-
suelt[o] ser escritor, y me padre me había dicho: "Comerás pa-
pel". Durante años soñé que rompía resmas enteras y me las co
mía en pelotitas, y nunca era el papel sobrante de los perió-
dicos donde trabajaba entonces, sino un muy buen papel de
36 gramos, áspero y con marcas de agua, tamaño carta, del
que seguí usando siempre desde que tuve dinero para comprar-
lo. Sin embargo, Alfonso Fuenmayor y Germán [deleted] Vargas coin-
cidieron en que la historia del crimen era digna de ser escri-
ta, aunque fuera comiendo papel. "No importa que sea [deleted]
inventada -- me dijo Alfonso Fuenmayor --: asi las inventaba
Sófocles, y fíjese lo bien que le quedaban". Más tarde, cuan-
do regresó [deleted] graduado de Columbia University, Alvaro Cepeda
Samudio estuvo de acuerdo, pero me [deleted] previno sin reticen-
cias.

-- Lo único peligroso -- me dijo -- es que a esa historia le
falta una pata.

En efecto, le faltaba el final imprevisible que él mismo me
contó [23] años después del crimen, pero entonces era imposible

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