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ventar otro para ajarlos tentando hacerlos despreciables. A pesar de eso no callarán,
y en sus últimos momentos pronunciarán aturdiendo á sus perseguidores Ley, Liber¬
tad. Por desgracia, aunque animados todos de estas mismas ideas, no se expresarán con
arte y elocuencia, pero dirán verdades desnudas que de suyo no necesitan de adorno.
Al traves de una elocuencia aparente sabrán distinguir al hombre y á las cosas, y na¬
da mas.
Para arrancar la Convención de Lima á paramos desconocidos no se dán otras
razones, sino que la constitución hecha en la Capital no ha dado impulso á los agoni¬
zantes ramos que costituyen la riqueza pública; y ha estrechado al ejecutivo en un cir¬
culo tan extraño que poco le falta para llamarse ridiculo. ¡Ha! ¡Carta adorada! ¡Que
hado fatal os persigue para sufrir aun en tus agonias un insulto tan cruel y tan
inaudito!
El anónimo insulta no solo á la carta, sino al ejecutivo. Da á entender que
trabajando la Convención fuera de Lima, hara por que esta rompa el circulo en que
se le cree maniatado, y lo llene de facultades para poder hacer el bien que no ha
podido hacer. Es estraordinaria la licencia del escritor para no respetar á nadie. El
ejecutivo ha protestado ser el único venerador de la ley; los pueblos confian en su
palabra, y están muy lejos de hacerlo complice en plan tan inicuo y tan traidor. El
bien no resulta de las Leyes sino de su ejecución; y cualquiera constitución sera
mala sino se ejecuta. El ejecutivo lo mismo que los demás poderes hacen el bien
cumpliendo lo poco ó mucho que les concede la carta: nadie ha reconvenido al
ejecutivo porque haga lo que no le prescribe la constitución: por el contrario se ha
querido que él, pero no solo él sino los demás poderes, no salgan de la orbita de la
ley. Con solo esto está hecha la felicidad de los pueblos: ni estos exijen otra cosa. Mien¬
tras menos obligaciones se impongan por la nación à un mandatario, estará mas expe¬
dito para desempeñarse á satisfacción de sus comitentes: esto es un hecho. Exijir am¬
pliaciones para el ejecutivo cuando se habla de defección, es tentar alhagarlo para
que sirva de apoyo á un plan revolucionario, que sistema la inmoralidad y el desor¬
den, y que contradice á sus deberes y á su propio honor, y al bien estar de la
patria de que se halla encargado. No es el ejecutivo el juguete de aspirantes biso¬
ños para desertar de la causa publica, y entregar desgarrada una Republica que se
le confió integra y sin lesion.
Y que cargo puede hacerse á los congresos de que no hayan prosperado la
agricultura, mineria y demás ramos de riqueza publica? ¿Es culpa de los congresos el
que hayamos estado en guerra ó alarma continua careciendo de reposo y de bra¬
zos, sin los cuales puede haber prosperidad,: Que hombre se alentara en medio
de tantos vayvenes à pensar en fijar su carrera y hacerse de una fortuna,si le llaman
con preferencia su seguridad individual y los males de la patria que tiene que llo¬
rar en su retiro, fastidiado con cuanto le rodea y con cuanto podia en otra situa¬
ción ir teresarle con demacia? Fraccionándose los tres departamentos tan lejos de
conseguir esa prosperidad que se ofrece, desaparecerán los pocos recursos que hoy
cuentan los pueblos para subsistir. Unida la Republica ha sido respetable á las
Republicas vecinas; y dividida, despertara las ambiciones amortiguadas y crea¬
rá en su seno rivalidades que traerán consigo la ruina de los que las han prepa¬
rado, y de los caudillos que se levanten y de los pueblos á quienes violentan á
marchar en sentido contrario de sus intereses y de sus opiniones.
Si se intentara federar á los pueblos en Estados de regular extension que sin
amagar los unos á los otros por su preponderancia, se sirviesen como de cadena para
hacer el bien, tendría lugar el proyecto y podía proponerse licitamente por medio de
la prenza para que la Convención decidiera: pero intimarla con una disyuntiva es vio-
lar los principios de la politica y aun de la decencia publica. Los representantes es-
tan facultados para dar à los pueblos la ley fundamental que juzguen convenirles,
examinada primero la opinion jeneral que es el regulador de las sociedades. Una
constitución contraria al común sentir aunque dictada por la Convención, tendria la
misma suerte que la que dio el dictador en el año 26. Las sociedades de America
no retrogradan en sus principios. El haberse equivocado el Jeneral Bolivar en es¬
te punto le ha valido la perdida de su gloria militar, y la del reposo y tranquilidad
su desgraciada patria y de la nuestra.

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