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Núm. 34.) MIERCOLES l6 DE OCTUBRE DE 1850. (Un real)
LA REVISTA.

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remitidos, serán convencionales.

DIARIO DE POLITICA ECONOMICA, CIENCIAS, LITERATURA, RELIGION, ARTES, etc.

LA REVISTA.

Lima, 15 de Octubre de 1850

Robo! Violacion! Asesinato!

La capital del Perú acaba de ser testigo de un
suceso de los mas inauditos y horrorosos que pue-
den contarse en los anales del crímen. La ciudad,
en los momentos que escribimos, se halla en un es-
tado de consternacion dificil de explicar, y las mira-
das aterradas de todos los habitantes no saben don-
de acertar á dirijirse para buscar la seguridad de la
hacienda, y de la vida; de la vida, que hasta ahora
parecia libre del puñal del asesino, pero que ya se
considera á merced de la barbaridad y de la pistola
de un salteador.

Venciendo el natural y hondo pesar de que con
todos participamos, referirémos en las menos pa-
labras posibles el terrible acontecimiento que ha
tenido lugar á las dos de la madrugada de hoy
martes en la huerta de Don Carlos Ledos, situada á
dos cuadras de la portada de Cocharcas, lugar muy
poblado de casas, tambos etc., yen donde no puede
disculparse la falta de vijilancia. A la hora indicada
los individuos de la familia, compuesta del Señor
Ledos, su joven é interesante esposa, y un herma-
no de esta desgraciada fueron asaltados por una
partida de diez hombres quien dice veinte, y quien
mas) los cuales tratando de sujetar al cuñado del Sr.
Ledos, fueron sentidos por este, que en vano intentó
y logró afirmar la puerta de su cuarto, pues á tiros
y golpes fué forzada, él herido y todos en poder de
los facinerosos. En tanto que entraban estos en el
aposento del Sr. Ledos, su hermano logró romper
las ligaduras y escapar á pedir auxilio, recibiendo
una lluvia de balas á su espalda: también el Sr. Le-
dos despues de la posible resistencia, y de haber re-
cibido algunas heridas, pudo fugarse con el mismo
intento que su hermano, solo la desdichada Señora
quedó para ser victima de la canalla inmunda que
se cebó en su presa con toda la barbaridad de un
apetito salvaje. Antes que llegara socorro casi todos
los salteadores habian desaparecido, llevando consi-
go doscientas onzas en oro, y 400 pesos en pla-
ta labrada y algunas joyas de la Señora de Ledos
Segun parece, esta infeliz tuvo la disculpable inad-
vertencia de decir á uno de los bandidos que le co-

FOLLETIN.
DOÑA URRACA DE CASTILLA.
MEMORIAS DE TRES CANONIGOS

—¡Que se lea! ¡Que se lea! gritaban unos.

—Abridla, abridla: debemos saber los secretos de nues-
tros enemigos, decian otros.

Lara perdió el color, y comenzó á temblar de pies á ca-
beza, pensando que el tesoro se le iba de las manos.

—¡Señores, por Dios....! decia el conde con voz des-
fallecida.

—Hermanos, dijo Sisnando interrumpiéndole con firme
acento: si la Reina fuese enemiga nuestra, si fuese á lo
menos indiferente, el secreto del obispo, contra quien esta-
mos conjurados, de derecho pertenecia á todos los que han
entrado en la conjuracion; pero acabais de admitir á doña
Urraca por hermana, acabais de nombrarla jefe ó cabeza
de la hermandad, y nadie puede entrometerse en lo que
por fuero le pertenece. Habeis querido un freno, tascadlo:
habeis querido un rey en la conjuracion, y los reyes son
como los diamantes, que aun desprendidos de la sortija,
siempre brillan en medio del fango en que han caido, y se
llevan las atenciones y arrebatan todas las miradas.

—¿Y qué mas da que la Reina vea el pergamino des-
pues que nos hayamos enterado nosotros del escrito? dijo
el preboste.

—¡Por Dios, señores....! tornó á clamar el conde de Lara con
débil acento.

—Hermano Lara, repuso el alarife con energía: ¿cuán-
do pensais volver á Lugo con el mensaje?

—Mañana mismo, despues del combate que debe veri-
ficarse á las diez.

—Dadme esa carta: mañana os la devolveré antes del
juicio.

—¿Por qué?

—Porque no la considero segura en vuestras manos:
porque quiero retar á los presentes á que la arranquen de
las mias. Sí, yo he tenido cerca de tres dias en mi poder
este pergamino, y aunque no sé leer, conocí desde luego
su importancia, y á nadie sino á la hermandad he querido
mostrarlo. Mas ahora creo que nos sirve mas cerrado que
abierto, pues nos liberta de un juramento que ha de pesar-

nocia, y esto fué causa de que al brutal tratamiento
y repetida violacion de su persona se añadiese el in-
tento de darla muerte hiriéndola de un pistoletazo,
de resultas de todo lo cual ha muerto á las 5 y media
de la mañana.

Dicese que entre los diez hombres habia algu-
nos pertenecientes á la servidumbre del Señor Le-
dos, y de ellos han sido aprendidos tres por la Poli-
cia. La Intendencia sigue activando las averiguacio-
nes, y la causa se ha encomendado al Dr. D. Manuel
Olivares.

Tal es el brevisimo resúmen de lo acontecido.
Si no hiciera dos ó tres meses que se están repitien-
do sin interrupcion los robos y los asaltos, sin que
la prensa, ni el público, ni la Policia, ni el Go-
bierna haya podido contenerlos; si no hiciera mas
de un mes, que alarmados los periódicos de esta ca-
pital, están dirijiendo su voz á la Intendencia y al
Supremo Gobierno para que vele por los intereses
y la existencia amenazados de este vecindario, sino
se hubiesen hecho públicos la mayor parte de los
robos y los conatos de robos, hasta llegar el caso
de que calificasen á estas veridicas noticias de exa-
geradas, debiendo solo llamarse exagerada la inuti-
lidad de las medidas dispuestas para contener tan
frecuentes y desgraciados abusos, sino se hubiese
hecho todo esto, repetiriamos en conjunto ahora
cuanto sobre el particular hemos publicado casi des-
de la aparicion de LA REVISTA. Pero ¿con qué pa-
labras, de que manera podremos comentar el suce-
so reciente, y cual fuerza daremos á nuestras es-
presiones para interpretar el sentimiento de la po-
blacion de Lima, con razon consternada, y llena de
horror ante el espectáculo doloroso de una criatura
vilmente deshonrada y asesinada, ante un marido
privado de su honor, de su esposa, de sus intereses,
y de su felicidad? ¿Es posible añadir algo á la sim-
ple narracion de los hechos? ¿No dicen ellos á las
autoridades mas de cuanto pudieran ver de nuestra
pluma? ¿No hemos tenido razon [?] hemos al-
zado la voz, siempre y energicamente para que se
contenga por cuantos medios sean posibles la repe-
ticion de los atentados, cuyo término habia de ser
alguna catástrofe como la que hoy llora el desgra-
ciado Señor Ledos, y con él todo Lima? ¿Qué casti-
go rápido y egemplar seria suficiente para lavar es-
ta mancha que afea el buen nombre del Perú, y de
su gobierno interior? ¿Y se reducen acaso á este fa-

nos muy en breve, ó liga el trono con nosotros con lazos in-
disolubles. ¡Ea pues! dejad de ser mujeres curiosas, ó ni-
ños arrebados, que por satisfacer un deseo presente sacri-
fican su dicha futura.

Este discurso, y mas que todo, la resolucion con que
Sisnando tornó á guardar la carta, calmaron á sus compa-
ñeros, que se quedaron como un podenco á quien se estre-
ga los hocicos con la caza que no ha de probar.

—Pero ya que con el pergamino no hayas hecho sino
darnos dentera, dijo el clérigo pretendiente, justo será que
des un hartazgo á nuestra curiosidad, contándonos sin qui-
tar una tilde la manera con que ese rollo, que Dios quiera
vuelva á parecer por acá, ha llegado á tus manos. Antója-
seme que despues del chasco sufrido, no pedimos gollerías.

—Nada pedis, señor canónigo....futuro, contestó Sis-
nando, que no sea justo y puesto en razón. Y para que veais
cuán dispuesto me hallaréis siempre á complaceros en co-
sas racionales, hasta en poner, por ejemplo, vuestro retra-
to en la figura de la muerte, comenzaré á deciros sin mas
preámbulos, que volviendo hace tres dias del convento de
Santa María de Canogio, fui acompañando al obispo hasta
la puerta de su casa, departiendo acerca de la manera de
traer aguas á la ciudad. Habeis de saber que don Diego
Gelmirez tiene mas talento y mas ciencia que todo su ca-
bildo, como quiera que vos no pertenezcais á él todavía,
añadió el arquitecto con su habitual bellaquería: yo le res-
peto mucho, señor canónigo....futuro; pero no podemos
vivir en paz ni ser amigos nunca: él representa una cosa y
yo otra; él las ciencia sagrada, la teología, la elocuencia,
y yo las artes; sí, las artes, repitió Sisnando con orgullo. El
escribe, él escomulga: yo levanto edificios y tengo en mi
cincel su escomunion del ridículo: mientras no haya una
mano poderosa que funda en una las dos ideas, él seguirá
escribiendo, predicando y fulminando anatemas, y yo cons-
truyendo y esculpiendo burlas mas ó menos pesadas. Los
dos nos apreciamos y nos respetamos mutuamente; él sabe
que soy su enemigo y me emplea: yo sé que no me tiene
un grande afecto y le sirvo. Yo, sin embargo, no me meto
en sus teologías; creo, bajo la cabeza y levanto fachadas
ó le doy al martillo; pero, ¿hay diablos que aguanten la
manía del obispo en trastornar todos mis planos geométricos
y en dirigir mi cincel, de manera que si no tuviese este
pícaro genio que Dios me ha dado, yo seria hoy todo brazos
y el obispo todo pensamiento? ¿Pues no estaba empeñado la
otra tarde en que las aguas habían de subir dos codos mas
altas que su nivel?

talisimo accidente, los que ya de semejante especie
se cometen, y los robos verificados en estos últi-
mos dias? No por desgracia, y segun nos aseguran.
Nuestros lectores pueden ver en las ocurrencias de
la Policía, otro asesinato que ha tenido lugar en un
pueblo cercano; allí veran el asalto reciente á la
chacra de Coronel; y á lo que allí se publica de-
beran añadir las noticias que nos dan, de haber si-
do robado de mil pesos en medio del dia, en su ca-
sa, mas abajo del Puente, y acompañado de un cria-
do á quien taparon la boca, uno de los señores Cu-
ras que han venido al concurso. También deberán
agregar la introduccion de tres ladrones en la Igle-
sia de la Trinidad el lunes último. Pero ¿qué de
particular tiene todo esto, cuando un individuo que
vive en Cocharcas, teatro del reciente crímen, vió
cruzar al anochecer de un dia pasado, una partida de
36 hombres, de dos en fondo, como pudiera un
escuadron del ejército. Otro vecino de una calle
inmediata al Puente ¿no refiere tambien haber con-
tado en una noche por la reja de su ventana hasta
60 hombres que se deslizaban agazapados por las
aceras?

Un exceso de consideracion por la tranquili-
dad de los habitantes de Lima puede habernos im-
pedido la publicacion de estas y otras noticias; pero
como quiera que son cosas repetidas de boca en bo-
ca, y á las cuales ha venido á servir de complemen-
to el crímen de la madrugada de hoy, se ha hecho,
por último, preciso la realizacion del plan, que, se-
gun dijimos hace pocos dias tenia proyectado el
vecindario de Lima; á saber, pedir al Gobierno la
autorizacion necesaria para adoptar las medidas que
exije la defensa de la ciudad, las cuales obrando en
union con las fuerzas del Gobierno y de la Policia
puedan llevar á cabo ei objeto que estas se han pro-
puesto en vano hasta el presente.

El vecindario di Lima se reunirá á las doce en
el tribunal del Consulado, y la asistencia debe ser
muy numerosa [?]
guarnecido y en paz, los cuales despues de sus tareas
ordinarias han de sacrificar el reposo y el placer del
hogar doméstico á velar por sus vidas, por las de
sus hijos y esposas y por sus intereses amenazados,
contra una horda de bandidos á quienes de otro mo-
do parece imposible contener!

—Pero, ¡la carta, la carta! esclamaron los conjurados,
que no entendian una palabra de aquella plática.

—Haceis bien en recordarme que estoy hablando de-
lante de vosotros, señores feudalas, monjes y canónigos....
mas ó menos futuros; creí tener un público que me com-
prendiese, y como estas ocasiones son tan raras….Vol-
viéndo á la carta....

Pero el autor no tiene por conveniente acompañar á
maese Sisnando en la vuelta que propone, porque su cuen-
to nada añade á lo que sabemos.

La reunion se disolvió á mas de media noche: los con-
jurados salieron por otra calle, á escepeion de uno solo, que
embozado hasta los ojos, y sumido en su ropon y enorme
gorra de nutria, acercóse á la reja por haber columbrado
al retirarse que habia en ella un hueco que antes no apa-
recia. A los pocos pasos tropezó en un cuerpo humano ten-
dido al pie de la reja, frio, inmóvil y al parecer exánime,
pues habiéndole urgado con el pie no daba señales de vida.

El alarife acudió á tientas á la casa de enfrente, cuya
puerta, como ya dijimos, habia quedado entornada; pene-
tró silenciosamente hasta la cocina, en donde tomó una
luz; con ella tornó al zaguan, dejóla tras de la puerta, y
acercándose otra vez al respiradero del sótano, cojió en sus
brazos á Munima, que no pudiendo resistir á tantas y tan
diversas conmociones como en pocas horas habia esperi-
mentado, cayó desvanecida. Su manto estaba cubierto de
escarcha, su rostro pálido y amoratado, sus manos frias, tie-
sas como las de un cádaver. Sin el oportuno socorro de
Sisnando, allí hubiera quedado arrecida, helada.

Llevóla á la cocina; púsola en el hogar; encendió lum-
bre, y prodigóla tantos auxilios, que pudo hacerla volver
en sí; pero tan ruborizada y sorprendida de verse en aquel
paraje á tales horas, y á solas con el arquitecto, que este
temió muy de veras no la tomase otro desmayo.

—¿Y mi madre? ¡mi madre! preguntó Munima.

—¡Nada sabe, infeliz, nada sabe! Buen rato le hubieras
dado mañana, si yo presumiendo tu curiosidad, no hubie-
se ocurrido á examinar, porque los agujeros de la reja se
habían ensanchado desmesurada y repentinamente. ¡Par
diez! Mira, desventurada, mira tu manto cubierto de hie-
lo, y piensa qué hubiera sido de tí si tardo una hora mas
en socorrerte.

—¡Oh! ¡cuanto os debo, maese Sisnando!

—¿Sabes cómo has de pagarme?

—¿Cómo?

—Con tu eterno silencio sobre lo que has visto.

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